Plays for the Brokenhearted
DiscosRambalaya

Plays for the Brokenhearted

7 / 10
Kepa Arbizu — 05-04-2025
Empresa — Buenritmo
Género — Rock & Roll

Una de las grandes dotes con la que cuenta la música, al igual que cualquier otro canal que ejerza como vehículo de expresión, es desafiar a las leyes geográficas y/o temporales. Sin dicha anarquía situacional, difícilmente podríamos encontrar un punto de encuentre lógico entre la Jambalaya, típica -y variada en cuanto a sus influencias gastronómicas- comida de Nueva Orleans, también alusión al título de una de las canciones del mítico Hank Williams, y las populosas Ramblas de Barcelona. Un vínculo que, más allá del estrictamente relativo al aspecto gramatical y a la ubicación de su lugar de origen, revela un tipo de perfil artístico de Rambalaya, quienes de hecho son la continuación natural de su anterior nombre, The Ramblers, aderezado con ingredientes provenientes del legado clásico estadounidense, un conjunto de ascendencias que tiene uno de sus epicentros en la vigorosa mezcla de ritmos brotada entorno a la figura del Delta del Mississippi. Condiciones de esta banda tutelada por Anton Jarl, batería también de los Mambo Jambo, una de las muchas menciones que se agolpan en el currículum colectivo de la formación, que en su tercer disco, “Plays for the Brokenhearted”, todavía encuentran mayor significado a la hora de mostrar esas asociaciones con más dinamismo que nunca.

Aunque las virtudes instrumentales no siempre acompañan a la solvencia creativa y, sobre todo, emocional, en el caso de esta banda sus aptitudes académicas son el perfecto salvoconducto que les permite no solo aglutinar facultades técnicas y el siempre necesario trazo humano, sino sobre todo mostrar un paso firme y absolutamente talentoso a la hora de conquistar espacios y aromas desplegados a lo largo del mapa. Un sugerente aumento en su apropiación genérica que tiene como resultado, en paralelo, una fascinante disparidad en su meteorología anímica, haciendo que, estas canciones destinadas a radiografiar corazones rotos, a veces se puedan entonar desde la más recogida aflicción como ser aupadas por esa algarabía tan necesaria en ocasiones para acallar, aunque sea momentáneamente, las cicatrices cardíacas.

Con la misma vehemencia que se puede señalar la firma identificativa de este álbum en cuanto al concepto instrumental que contagia a todo el repertorio, y que alude a una evidente premeditación por mostrar su puesta en escena rica en instrumentación y cargada de un omnipresente tono épico, en donde no desentonaría en absoluto la batuta productiva de Phil Spector o Burt Bacharach, es igualmente posible destacar que su repertorio se desarrolla, y hasta cierto punto se construye, entorno a una acumulación de conceptos, rítmicos y emocionales, antagónicos, logrando que cada una de las piezas encuentre en este trabajo su propia némesis. Características que promueven y facilitan una desenvuelta cadencia, meta cosechada por la reunión de múltiples elementos, y en los que si por supuesto la imponente tesitura de Jonathan Herrero favorece poder convertirse en portavoz de sentimientos diversos, la presencia de la Barcelona Rock Strings y el Live Choir Barcelona catapultan sustancialmente su contenido melódico, obsequiando un nutrido apoyo al siempre huracanado desfile que supone la aparición de Rambalaya.

El boato que anuncia la inauguración del disco por medio de “Take Your Own Advice” supone una puerta abierta a ese soul de iluminadora melancolía típica de Van Morrison pero con unas hechuras que sobredimensionan su carácter. Puesta de largo con la que se extiende ese eje vertebrador de florida decoración que se trasladará en su siguiente parada, “Shadow”, a un contexto mucho más sombrío y desgarrado, un majestuoso paisaje que sin embargo nos imbuye en territorios de penumbra. Un lúgubre e intimista recodo que no tarda en ser derribado por la impetuosa e intensa estampida en forma de soul-funk vibrante, alumno cum laude del legado firmado por la escudería Daptone, que trae aparejado “Telephone”. Una portentosa sacudida que tendrá directos episodios de continuidad en la sorprendente “The Border”, entregada bajo un pegadizo estribillo y que parece ser el punto de encuentro de todas las afinidades sonoras de la formación, incluidas algunas que remiten incluso a latitudes latinas, o la todavía más lúdica “Loaded”, un desvergonzado trote que atraviesa los campos sureños delineados por Grateful Dead a lomos de pirotecnia soul.

En demasiadas ocasiones encorsetado a unos límites que niegan incluso su propia naturaleza, aquí el rock and roll se despereza para alcanzar también un papel destacado en el transcurrir del disco a través, como es de esperar, de formulaciones diversas. Porque si por un lado escuchar “Let Me Get Out Of This Place” significa revivir la mejor factura de los riffs “stonianos”, y una no menos sugerente dicción “jaggeriana”, la condición de este trabajo propicia que ese tipo de ritmos busquen cobijo en una interpretación con cariz de crooner, aunque la destacada pieza final, “Last Train Home”, se atribuya ese sonido tan particular y talentoso que emanaba de Fats Domino pero pasado por el tamiz de Elvis Presley. Y si mentamos la capacidad que dicho género musical albergaba para convertirse en sonata para dolientes enamoradizos, la presencia de Roy Orbison, y por extensión uno de sus “vástagos” más representativos como es Richard Hawley, resulta ineludible, como demuestra una “Broken Heart” que se regocija en sus elegantes arreglos o sobre todo “Because Of You”, de registros barítonos y donde su sección de cuerdas ejerce como ángel custodio de las lagrimas derramadas.

“Plays for the Brokenhearted” es un disco excesivo, como lo son siempre los sentimientos, ya sean celebrativos o desoladores. Rambalaya asume el riesgo, y no solo sale indemne, sino fortalecido, de encarnar en toda su dimensión el concepto de romanticismo, y se lanza a traducir con una paleta repleta de colores -algunos colmados de pigmentación- los caminos del corazón por medio de ritmos clásicos pero que remiten por completo a una elaboración realizada en el presente. Un repertorio que exhala pasión y que elige situarse en el lugar donde la sangre hierve a más temperatura, episodios donde reír o llorar supone una cuestión vital.

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