En lo que llegan las nuevas elecciones, la final de la Champions o la Eurocopa, Radiohead se cuelan como si tal cosa en la lista de temas por los que morir o matar en una dis-cusión cualquiera de barra de bar. Maniobras de marketing al margen (aquello de borrar su presencia en internet para reaparecer dos días después), es innegable es que la banda de Abingdon ha dado la campanada mediática con su nuevo disco, apenas veinte días antes de su desembarco en el Primavera Sound.
No es noticia que, como casi todo lo que tiene que ver con Thom Yorke y compañía, “A Moon Shaped Pool” aparezca con una sobredimensionada expectación, pero sí que des-de el primer momento depare mejores sensaciones que “The King Of Limbs” (tampoco era muy complicado, todo sea dicho). A ello contribuye el inicio con “Burn The Witch”, una canción urgente y directa como hacía tiempo que no se recordaba en el repertorio de los británicos, exhibiendo una intensidad que esta vez no nace de la angustia, sino de apretar bien los dientes. A partir de ahí, con un tracklist en riguroso orden alfabético (aunque uno no cree demasiado en el azar; diría más bien que los nombres están elegidos para que el último corte sea “True Love Waits”, ese viejo conocido), Radiohead vuelven a ser lo que venían siendo, o al menos el grupo al que -para bien o para mal- nos hemos acostumbrado.
Las circunstancias no siempre son definitivas, pero el hecho de que la mayor parte de este nuevo material solo lo sea entre comillas (únicamente hay tres canciones verdaderamente inéditas) acaba haciendo que la luna con forma de piscina se convierta en una suerte de contenedor autorreferencial. “OK Computer”, “Kid A”, “Hail To The Thief” o “In Rainbows” se asoman en algún momento, pero lo hacen de manera aislada, hasta el punto de que parece que estemos ante un (buen) recopilatorio de canciones escondidas. O eso, o que han decidido regalarse un homenaje. Temas como “Identikit” o “Daydreaming”, con esas texturas reverberadas y un vídeo que es un auténtico tributo a sí mismos, sirven para reivindicar la vigencia del sonido doloroso y denso que hace años llevaron a lo más alto, solo que ahora se muestra en una toma que sigue siendo bonita, pero de menor al-cance.
La atmósfera opresiva funciona en “Decks Dark” (que remite rápido a la época de “Amnesiac”) y especialmente en “Ful Stop”, con una dinámica krautrock; de hecho, son los úni-cos momentos que podrían luchar por hacerse un hueco entre sus mejores canciones (eso sí, difícilmente en un top 10). Entre lo más notable cabe hacer referencia también a los arreglos orquestales de Jonny Greenwood, muchas veces asumiendo el rol de ele-mento central -menos convincentes resultan los coros-, igual que a las líneas de bajo, que aportan pegamento a un conjunto que se revela accesible, respondiendo básicamente a los estándares de Radiohead, pero en el que después de unas cuantas escuchas continúa sin aparecer esa magia que hace que un disco llegue para quedarse.
“Desert Island Disk” y “Glass Eyes” son temas que, sin estorbar, no aportan demasiado, mientras que “The Numbers” toma una inofensiva deriva new age (“Somos de la Tierra / y a ella retornamos”). “Present Tense”, con aire de bossanova, sí puntúa más arriba, para dar paso a la electrónica de “Tinker Tailor Soldier Sailor Rich Man Poor Man Beggar Man Thief” -con un final de mucha altura- y, finalmente, a “True Love Waits”. Seguramente no era necesario volver sobre sus pasos para grabar -en una versión que no mejora la que conocíamos- una pieza habitual en sus conciertos desde 1995 (incluso apareció en el álbum en directo “I Might Be Wrong”); una vez aquí, podemos entenderlo como un guiño a sus seguidores más fieles, pero también -de nuevo- como una manera de cerrar el círculo de una banda que en el fondo siempre se ha tenido como su propio referente.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.