Cuando toca hablar de Quimi Portet, normalmente uno acaba destacando lo que fue uno de los grandes logros de la música de finales de los ochenta y principios de los noventa, El Último de la Fila, y nunca faltan motivos. Sería una irresponsabilidad menospreciar el legado que dejó el grupo, pero lo cierto es que su carrera en solitario ya ha ganado la partida en años de actividad y en publicación de LPs. "Festa Major d’Hivern" (2018) es su décimo disco como Quimi Portet —cifra redonda—, y como nos tiene bien acostumbrados, de entrada el título ya nos hace sonreír. Es también el título de una de las canciones incluidas: un homenaje en clave de humor hacia las fiestas de invierno de pueblo, donde normalmente hace frío, hay poco presupuesto pero, aun así, los vecinos las afrontan con energía y alegría. Automáticamente nos conduce al personalísimo universo lírico del astro intercomarcal, con su particular sentido del humor, sentimentalismo y onirismo, a través del uso de un premeditado catalán tradicional que, paradójicamente, suena cool tras la construcción de sus versos. Un estilo que empezó con "Hoquei Sobre Pedres" (1997), consolidó con "La Terra És Plana" (2004) y que ya no ha abandonado.
Con sesenta años de edad, y a pesar de haber podido ganarse bien la vida durante cuatro décadas de actividad dentro de lo que llamamos industria musical, Quimi Portet sigue en pleno rendimiento, contagiando ilusión por hacer discos y mostrando pasión por su oficio, en definitiva. Habitualmente se ocupa de la producción de sus álbumes y también ha desempeñado esta faceta para otros artistas con los que se siente vinculado, como Albert Pla o Adrià Puntí. Sin embargo, en este caso se ha quitado responsabilidades de encima y ha recurrido a un viejo conocido, el británico David Tickle, quien ya produjo "Hoquei Sobre Pedres" (1997), así como "Astronomía Razonable" (1993) de El Último de la Fila. Lo que sí ha hecho es grabar él solo todos los instrumentos —cosa que no hacía desde "Cançoner Electromagnètic" (1999)—, jugando a explorar sus capacidades interpretativas.
En general, las composiciones de esta última entrega son más simples. Un resultado que conecta con los últimos directos que Portet hizo antes de encerrarse a trabajar con estas nuevas canciones. En aquellos conciertos redujo a trío la puesta en escena, prescindiendo de su bajista y —hasta entonces— inseparable compañero de viaje desde los tiempos de Los Rápidos, Antonio Fidel, quien hace poco sacó su primer disco en solitario.
Si bien es destacable que en este trabajo abundan los riffs rockeros con aires primitivos (“Central de biomassa”, “Festa major d’hivern”, “Al tanto que va de canto”, “Pànic escènic”), este dato no es una novedad dentro de su amplísimo cancionero en solitario. Sin ir más lejos, el anterior disco, "Ós bipolar" (2016), ya contenía al menos un par de temas con protagonismo de riffs influenciados por sus queridos Led Zeppelin o The Rolling Stones, que tanto le marcaron de joven. A día de hoy, aproximarse tan directamente al rock seguramente no sería la mejor manera para intentar innovar, pero en su caso pesa la autenticidad de sacar canciones así, ya que Portet es de los pocos músicos en activo del país que por generación vivió la gran explosión del rock. También hay espacio para piezas más suaves e intimistas, como “Petita vida”, “Carta a ningú” o “Bestiar sentimental”, esta última seguramente la más seria, política, aunque con una letra ambigua. En cualquier caso, en “Al tanto que va de canto” canta “La ficción no es otra cosa que un acto desesperado de lucha contra el tedio y la fría realidad”, dejando claro que, como siempre, para él la música ha sido y es un vehículo para evadirse del mundo y los problemas de la humanidad.
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