Juegos violentos
DiscosPuño Dragón

Juegos violentos

7 / 10
Kepa Arbizu — 29-01-2025
Empresa — Altafonte
Género — Rock & Roll

La desaparición, o cuanto menos disolución, de los grandes relatos universales en la actualidad también compete a los arquetipos musicales; aquellos que antaño se presentaban delineados por gruesas y diferenciadoras fronteras, hoy se extienden a través de terrenos difuminados, consecuencia directa, en buena medida, de la casi infinita accesibilidad a todo tipo de ritmos con la que contamos en el presente. Pero ese aperturismo o falta de reverencia ante determinados dogmas no debe ser entendido obligatoriamente a modo de indefinición ni inconsistencia, porque la identidad propia, lejos de necesitar rectos mandatos que cumplir, se origina en el libre entendimiento sobre aquello que nos rodea. Dicho lo cual, para que una banda haga de su lenguaje particular el rock and roll, no se necesitan indispensablemente chupas de cuero, camisetas de Jack Daniel’s y botas de serpiente, lo únicamente relevante es ser atravesado por el ímpetu y la visceralidad de dicho género, y ese es un aspecto perfectamente asumido por Puño dragón.

La banda asturiana, confluencia de integrantes provenientes de proyectos como Tigra, Mingote o The Parrots, publica su segundo disco, “Juegos violentos”, convencidos y orgullosos de pertenecer a una estirpe clásica pero conscientes de ejercer el papel de actores en el presente. Una doble condición que encapsulan a la perfección en un trabajo que, más allá de representar una aspiración más expansiva, es por encima de todo la consecución de una voz propia, aunque paradójicamente sean varios de sus miembros los que adoptan la función de cantantes, con la que enunciar un legado tradicional que no solo no pretenden enmendar, sino al que se sienten fielmente unidos. Pero si en su anterior álbum las composiciones filtraban con más claridad sus antecedentes, lo que en absoluto las hacía menos meritorias, su más reciente repertorio aparece acuñado con más vehemencia por el nombre de sus autores.

Los inaugurales riffs de guitarra, vertidos en ráfagas “stonianas”, y la interpretación rasgada que marca el perímetro de “Bailén”, no exento de recrear un paisaje melancólico, ejerce como llave de contacto para un viaje que, tal y como trasluce su título genérico, busca erosionar la piel. Aspiración para la que se sirve de un lenguaje coloquial, cocinado en el fulgor de las calles, con el que dar testimonio del resbaladizo terreno por el que circulan los deseos y las pasiones, elementos especialmente permeables a la inconsistencia humana. Ebullición emocional que tiene su desembocadura por igual en el paisaje melódico -otro de los ingredientes imprescindibles de esta formación- de “Ladrando a tu puerta” o que, ataviados de ropajes sonoros glam, se desgañita en un estremecedor tema homónimo. La hibridación entre el rock noventero, el power pop y el lamento épico de Burning se citan en “Emilia”, alfombra roja para dar paso a “No es un barranco”, que sigilosa acecha para explosionar, en una pirueta habitual en Leiva, y recordarnos que solo quien esté dispuesto a jugar con fuego, será capaz de ver molinos y no gigantes.

No es la ubicación en mitad del camino lo que hace especial a “Creo que ahora sí que lo entendí”, incluso tampoco que suponga hacer callar a la electricidad para dar paso a una desnuda pieza acústica que encuentra su belleza en suelo árido, sino que su presencia significa delimitar la frontera entre lo que hasta el momento era un disco impetuoso y un territorio mucho más variado e inexplorado. Un tramo en el que aunque se cuele el vigor de “Fantasmas” y “Masai Mara”, pese a que ésta juegue un papel más psicodélico, su espacio está dedicado a piezas de orfebrería dignas de songwriters, como los imponentes medios tiempo de “Haré lo que pueda” o una “¡Súbeme!”, que haciendo bueno su título, es una espiral que asciende majestuosa en su nivel de intensidad. Virtudes que suman al cosmopolita y atmosférico funk, acompasado como si de un Andrés Calamaro se tratase, que envuelve “Ya te llamaremos” y al deje soul contemporáneo, con su homenaje reggae, que se balancea en su asalto final, “¡Vamos vampiros,!” un telón echado sobre ese ecosistema noctámbulo que desprecia la luz y se alimenta de la noche.

El rock and roll, tal y como anuncia su propio nombre, debe abastecerse proporcionalmente de un espíritu rotundo pero también de un ánimo por rodar, por reinventarse, por escapar del sedentarismo creativo. Un concepto que ha entendido perfectamente la banda asturiana y que, sobre todo, en este segundo disco exhibe con excelencia, sabedor de que ser una perfecta fotocopia de viejos retratos puede ser presa codiciada por la nostalgia, pero resulta insatisfactoria cuando se trata de elaborar un camino propio por el que avanzar, y el de Puño dragón, aunque acabe de empezar, señala con determinación hacia el futuro. “Juegos violentos” nos amenaza desde la portada con ese cuchillo que se cierne sobre nosotros, en realidad el peligro que toda actividad humana conlleva, o lo que es lo mismo, la pasión que toda actividad humana necesita.

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