Los seguidores de Neil Young que, por cuestión de edad nos incorporamos a su obra con la explosión grunge de hace dos décadas, llevábamos tiempo suspirando por un disco que sonara como lo hacía el canadiense en obras como “On The Beach” o ”Rust Never Sleeps”. Lo curioso del caso es que cuando por fin las plegarias se vuelven realidad, uno no acaba de quedar satisfecho del todo.
Es verdad que el sonido primigenio, tosco, lacerante, a veces envolvente y siempre arrollador de los Crazy Horse está ahí con todas las letras doradas, forjadas en acero, puro. Y es verdad que la guitarra de Neil vuela a gran altura en canciones río como “Ramada Inn” o la tremenda “She’s Always Dancing”, pero en ciertos momentos la sensación de jam improvisada sin una brújula que te guíe acaba por imponerse en el sentir global del álbum, y el mayor ejemplo de ello son los inacabables veintisiete minutos del tema que abre el disco, “Driftin Back”.
Así que un servidor acaba por llegar a la conclusión de que, para pasar a los anales junto a las obras capitales del pasado, a este disco le falta algún tema más de la clarividencia melódica de mi favorita “Walk Like A Giant” y le sobra minutos en los que suena a inocuo relleno como los de “Twisted Road”.
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