En casi de tres lustros de actividad los de Detroit han redefinido y hecho propios los límites del post-punk en su incansable exploración de las contradicciones del sistema y sus miserias. Y debe ser un poco frustrante constatar que, pese al auge en estos últimos años de todo lo relacionado con el género en toda su amplitud, su esfuerzo no se ha traducido en una popularidad que les permita subir uno o dos escalones. Quizá esto tuvo mucho que ver en la crisis existencial que vivieron en tiempos de la pandemia, cuando se replantearon todo.
En realidad, para un grupo de su nivel de honestidad despojado de imagen glamourosa y tonterías, llegar a las masas no es nada fácil, pese al apoyo de un sello como Domino y el intachable directo que practican. En este nuevo álbum, el sexto, el visceral vocalista y sobresaliente letrista Joe Casey y compañía buscan unas grietas de luz en la oscuridad pospandémica, desde el mismo título. Pero aunque el sonido es algo menos denso -la grabación en Sonic Ranch, Texas, puede tener algo que ver-, Protomartyr siguen siendo absolutamente reconocibles.
En ausencia de sorpresas, todo depende, pues, de la inspiración de las canciones. Y la verdad es que después de una primera cara en la que se suceden los aciertos con algunos de los cortes más inspirados de su ya amplia colección -la urgencia airada de “For Tomorrow”, el ritmo enfermizo con niebla eléctrica de “Elimination Dances”, la brutalidad desnuda de “Fun In Hi Skool”-, la banda deja cierta impresión de déjà vu en una segunda parte en la que suenan demasiado familiares, aunque “3800 Tigers” les muestra más lúdicos que nunca, en “We Know The Rats” combinan melodía y acidez con acierto, y en “Rain Garden”, épica y romanticismo.
Para una banda que estuvo a punto de tirar la toalla no es mal punto de partida. Si se lo damos a otros, Protomartyr se merecen todo el crédito del mundo.
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