Vuelta a la básico. A lo que mejor les funciona. El decimosegundo álbum de Pretenders llega justo sobrepasando el 40 aniversario de su debut, y arranca con un tema titular – guiño a The Damned – que a los pocos segundos se detiene para ser retomado al instante, ya transmitiendo de buenas a primeras la espontaneidad en el estudio, la eficacia del aquí te pillo, aquí te mato, la veracidad de las primeras tomas. Solo uno de sus diez cortes supera los tres minutos y medio, y todos ellos basculan – sin prominencia de teclados, sin trucos de estudio, sin liftings con los que ocultar arrugas; con bajo, guitarra eléctrica y batería – entre sus tradicionales cotas de ternura y fiereza.
Entre las primeras, la extraordinaria “The Buzz”, que sigue los esquemas de su añeja “Kid”, la notable “Maybe Love Is In NY City”, que hace lo propio respecto a “Talk Of The Town”, la bonita caricia con aroma a soul sureño que es “You Can’t Hurt a Fool” o la balada al piano que sirve de cierre, “Crying in Public”. Entre las segundas, el rock and roll conciso, directo a la quijada, de “I Didn’t Know Where To Stop”, el ritmo marcial de “Turf Account Daddy” (ese que los Libertines fusilaban tan bien) o el clásico repiqueteo a lo Bo Diddley – ese que los U2 de “Desire” acercaron al gran público – que sostiene “Didn’t Want To Be This Lonely”. Y entre medias, la cadencia reggae de “Lightning Man”, tributo al fallecido Richard Swift, quien tocó la batería en su último trabajo.
Bien sea porque era la primera vez que su formación reciente de directo tiene tiempo para encerrarse en un estudio (en "Alone", de 2016, no estaban James Walbourne, ni Nick Wilkinson, ni siquiera el único miembro original, Martin Chambers) o bien sea también porque Stephen Street es un productor tan eficiente que siempre se las arregla para extraer la cara más enérgica y (a la vez) más naturalizada de sus clientes, el caso es que lo nuevo de Chrissie Hynde y los suyos es lo mejor que han facturado en muchísimos años. Sí, retomando antiguas y más que conocidas plantillas propias, pero absolutamente rejuvenecidos. Con el vigor de quien, enfilando las setenta castañas, aún tiene razones para repartir razonables dosis de ira en un mundo a la deriva.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.