El “Preludio Corintio” que abre lo nuevo de Pablo Und Destruktion cumple perfectamente su cometido, tirando del conocido pasaje bíblico de la Carta de San Pablo a los Corintios para situarnos ante el eje central de su relato en “Predación”: el amor. En otro momento, en este caso dirigiéndose a los Colosenses, el apóstol de Tarso les exhortaba a “vestirse de amor”, subrayando que es el “vínculo perfecto”. Ese traje es el que se pone el músico asturiano en su particular camino de perfección, en donde confluyen lo sagrado y lo pagano, como en el inicio de los tiempos, encontrando belleza incluso en los momentos dolorosos, con una interpretación en la que siempre aparece el peligro. Ocurre así en “Puro y ligero”, que avanza firme en su declamación hasta que se levanta un estribillo místico, en una trepidante cabalgada que reúne todas las señas de identidad del autor de “Sangrín” (2014).
El trueno y la pasión están aquí, igual que el fuego, excavando hasta el centro de la tierra (“Salario Social”) y cortando de raíz cualquier posibilidad de aguardar en la superficie para ver cómo se desarrollan los acontecimientos. Porque “Predación” es amor, pero no entendido como afecto pasivo, sino como actividad. En “El arte de amar” (1956), Erich Fromm, uno de los autores clásicos de la Escuela de Frankfurt, mantenía que “en el acto mismo de dar, experimento mi fuerza, mi riqueza, mi poder. […] Me experimento a mí mismo como desbordante”. Esa demoledora vitalidad es la que se manifiesta en estas canciones de barroca exuberancia, tanto en el ardor como en la angustia (no es casual la elección para la portada de “El éxtasis de Santa Teresa”, de Bernini), lanzando incómodas proclamas y dejando que la tormenta se anuncie hasta en los momentos de aparente calma (“A la mar fui por naranjas”, recuperando el gusto por el cancionero popular, como antes había hecho con “El pozo María Luisa”).
Años atrás, Pablo Und Destruktion había retratado a la España desdentada que disimula los moratones con maquillaje barato; un país, añade ahora, “de puticlubs, farlopa y jubilados”. Precariedad y conformismo avanzan a la par, como en el “Sentido del espectáculo” (2017) de Biznaga, poniéndonos frente al espejo de nuestras miserias. Las herramientas no son nuevas: rock de maneras turbulentas, teatralidad y folk industrial; pero el incendio se antoja más devastador que nunca, valiéndose de acelerantes (“El enemigo está dentro”, “Conquistarías Europa”) para acabar haciendo un postrero llamamiento a la fraternidad (“Herejes”) como antídoto frente al individualismo. El amor adora la velocidad, vuelve a decir en esta última canción, casi en clave de western; y completa la frase, en medio de las llamas, con unas palabras que, más que a salvación, suenan a epitafio: “El amor es el premio de los temerarios”.
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