Seguíamos atrapados en el tiempo tras cruzar aquel agujero de gusano que abrieron con “Gurú” (19), bajo el trance de “La yerba mala”, “Totomami” o hechizos hiper-alucinógenos como “Piensa McFly” y “Espectro de Jung”, alcanzando algunas de las cimas de densidad atmosférica más altas de su carrera. Y casi cinco años después, reaparecen con su DeLorean y nos rescatan de aquella feria de abril en la que todavía nos encontrábamos, de caseta en caseta, con el “Rey Boabdil” harto de fino, llorando por la Alhambra... Nos montamos de cabeza, aceleran y nuevo viaje hacia un “Trópico” distópico, cercano y futurista, onírico y en alta definición, quinto álbum de los sevillanos Pony Bravo, posiblemente la banda andaluza más genuina, mutante e influyente de las casi dos últimas décadas.
Una docena de canciones (grabadas y mezcladas por Raúl Pérez en el estudio La Mina) en las que Daniel Alonso, Pablo Peña y Darío del Moral siguen rezumando esa efervescencia creativa insaciable que les caracteriza desde sus inicios, ahondando en su propio universo y expandiendo su personal y magnética fórmula: del synth wave más puramente ochentas y audiovisual a la música de baile, pasando por la electrónica lo-fi y mucho andalusian power cargado de raíces de neón, sones africanos, krautrock, punk funk y dub en vena. Todo bien agitado y con un remarcado extra de exótica y space age pop para terminar de tejer la banda sonora de esta nueva entrega, con Les Baxter, Martin Denny, Yma Sumac y Arthur Lyman flotando en las envolventes ensoñaciones espaciales que nos hacen cruzar el espejo una y otra vez, aterrizando en la Sevilla más cañí o la Franja de Gaza, entre ovejas eléctricas, androides “enferiaos” y el Curro de la Expo 92 de la mano de David Lynch, hasta arriba de gazpacho y ácido, tambaleándose y bailando cerca del Guadalquivir, con la luna llena reflejándose en el río y girando como una inmensa bola de espejos al ritmo sensual de “Magic Feeling”.
La aventura de mundos posibles e imposibles comienza con el deseo de inmortalidad del replicante más humano en “El sueño de Roy Batty”, hipnótica instrumental que nos lleva de Blade Runner a caer a cámara lenta por la madriguera junto a Alicia y dar de bruces en la Habitación Roja, con el guateque preparado y Laura Palmer ofreciéndonos, sonriente, una copa con líquido no identificado. La bruma exótica y resplandeciente se abre paso y la cultura maya nos da la bienvenida en medio de una noche de ritual y éxtasis contenido en la Boca del pozo de los brujos del agua, una “Chichén Itzá” industrial y perturbadora, con latido dub y frases que retumban entre ruinas mágicas y dejan marca: “Sobrevive el que más arrasa, / ser mortal requiere ilusiones, / ser astral requiere visiones”. El collage sin costuras fluye como el agua clara que baja del monte, con el bajo y la guitarra de Pablo Peña disparando las pulsaciones, mientras Darío marca el ritmo y la lluvia sintetizada cae sobre nosotros, con letras cargadas de costumbrismo andaluz e iconografía sevillana, actualidad y humor crítico marca de la casa: Del tántrico “C'est Chic - C'est Bon” que nos sitúa en una Semana Santa en la que, martillo de Thor en mano, “llueva o no llueva el paso sale”, con versos afilados que, entre risas, van al centro de la diana, como “Torre de lodo, fiebre del oro”, o “costalero crea tu dinero”, y es que a veces es “mejor tener wifi que fe”. Para pasar a la vecina de surcos y destacada “Piedra de Gaza”, con coros y ritmos punk funk iniciales totalmente absorbentes, de nuevo con la música exótica y una rítmica que no te deja tocar el suelo, con palmas y teclados que hermanan (como no puede ser de otro modo) lo oriental y lo andalusí, con sintes que suenan copleros por momentos. “En la Franja de Gaza / su destino es tirar piedras, / su destino es piedra… / Si asoma un militar le pega en la cabeza. / El tacto de la piedra, a veces les consuela”. Otra letra cargada de humanismo y compromiso, con ese ADN de “pony bravismo” que cabalga sin cesar, arrojándonos la trágica realidad con explosiva y bailable ironía. “El ruido del drone solo se oye si está cerca”.
Con “El antiguo bizco”, jonda, exótica e inquietante instrumental, fronteriza y western por momentos, nos acercamos al ecuador que marca “Jazmín de Megatrón”, subiendo las temperaturas con puro funk, disco, fraseos flamencos y mucha fiesta, como aquellas que organizaba la banda junto a un colectivo de amigos, Megatrón. Homenaje con aroma a primavera y música de baile ochentera/noventera, en el que se acuerdan de algunos de sus artistas favoritos, de ZA! a Betunizer o Fluzo. No podrás quitarte de la cabeza ese incesante “efímero, efímero… ¡Súbelo!”, ni al Señor Miyagi de Karate Kid bailando y cantando “dar fiesta, pulir fiesta”. Pues eso, “en Megatron me quedaré, / porque allí tengo mi lindo querer”.
La cara B comienza a fuego lento con la oscuridad expansiva y humor surrealista de “Reinos interiores”, pidiendo comprensión y dando consejos para que ese tercer ojo esté sano y operativo: “humedecer, dejar que crezca / y alejar siempre de la luz directa”; la nocturnidad continúa en los territorios familiares (imposible no acordarnos de aquel himno primigenio, “El guarda forestal”) de esa “noche larga” que no sabemos que será en “Monte y foresta”, con un ritmo casi de marcha semana santera con extra de flow, a medio camino de lo exótico y los fantasmagórico. “Qué feliz estaba yo, cuando tú te acuerdas de mí”. De la sensualidad disco-soul de la ya nombrada “Magic Feeling”, en la que fluimos y nos contoneamos automáticamente, al último fragmento de “banda sonora” con extra de sones exóticos y cánticos desasosegantes, capas y capas de ambientes sonoros que parecen adentrarnos en una selva futurista donde los “Primeros pobladores” nos observan sin que nos demos cuenta. El eclecticismo lisérgico sigue su curso y cierra esta impsrecindible quinta entrega con la resplandeciente y crepuscular “Linda”, con regusto a cantes de ida y vuelta, y “Reflejo exacto”, pieza con aura encantada y guiño directo a la serie “Black Mirror”, con ese adictivo fraseo que contiene el título de la obra: “futuro distópico te aleja del Trópico”. Puede que el mañana no sea muy esperanzador, pero si llega, que nos pille bailando o subidos a una palmera (como el niño de la portada) con la música de Pony Bravo sonando sin pausa de fondo.
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