Vas a tener que conformarte con veinte miligramos, que vienen dosificados en seis grajeas. Dicen algunos que crean adicción, más aún cuando el mono ha durado cinco años, desde que sacaron Raro. Con paciencia y otros barbitúricos musicales, seguro que has podido aguantar, pero ahora llega el momento de resarcirse: los Pomeray han vuelto y ya puedes automedicarte a gusto, abusando de su medicina musical.
Vamos a intentar explicarnos mejor. La banda bilbaína Pomeray regresó al estudio para grabar “20 mg”, su nuevo trabajo, que incluye seis cortes. Puedes encontrarlo tanto en vinilo como en cedé. En realidad, lo han grabado ellos mismos en su local de ensayo, lo que sorprende aún más por el resultado, con un sonido nítido y una producción elaborada. Regresan con cambios, ya que pasan de cinco a seis, al incorporar teclados. También hay cambio en una de las guitarras. Las señas de identidad de la banda, eso sí, siguen intactas: letras cuidadas, estructuras sólidas y complejas, mucha y buena densidad, capacidad para alterar la conciencia del oyente. El disco lleva impreso el sello de Kuanto Perro Records que, si lo buscas, creo que llegarás a la misma conclusión que yo: ellos se lo guisan y ellos se lo comen. Está claro que estos no se van a quedar sentados a esperar que alguien lo haga por ellos.
Para seguir, me vas a permitir que te advierta: la cosa va ir torcida. No te esperes el orden habitual en una crítica, ni que me explique de manera metódica y esmerada. Yo me adapto a la escucha, y, esta vez, me dejo llevar por la música. Después de escuchar el disco varias veces, muchas veces, infinidad de veces, casi en bucle, he acabado absorbido por el mismo y me ha inspirado para que abrace la candidez y el exceso. Confío en que, luego, cuando hayas terminado, lo veas más claro. O puede que no. Eso sí, voy a empezar con los pies en el suelo. Más bien, en el pedal del acelerador. Y es que voy a contártelo tal y como acaba de ocurrir:
Seis de la mañana. Aún es madrugada y el día no tiene ganas de hacerse mañana. La oscuridad se arropa con una sábana de nubes. Llueve como destellos, porque las luces de los coches atraviesan el rocío. Me fio de mi instinto y me memoria para conducir medio dormido por la AP-68, camino del curro, sin más emoción que el trazo de las curvas. Y le doy al play. Por enésima vez. Y ahí arrancan: primero con “Loca”; la última, “Intxaurrondo Blues”. Van saltando todas, una detrás de otra, mientras yo muevo el cuello, golpeteo el volante, empujo el embrague con algo parecido a la fantasía de un baile. En algún momento, me gustaría seguir recto, confiar en que va a funcionar. Cuando él se hace viento en la última canción, el disco vuelve a empezar, y el ciclo se repite. Y entonces yo pienso que Kimberlé Crenshaw estaría orgullosa de ellos. Les ha salido el disco interseccional que te cagas. Casi diría que interseccionalista. Y con esto me refiero a que del cómputo global del disco se sonsaca, como creía Crenshaw y muchas otras que le siguieron luego, que para definir a una persona se necesita la interacción de más de un factor social. Aquí hay género y política; aquí se desmonta la hegemonía, se levanta la alfombra del poder para ver toda la mierda que guarda debajo. Es más, ya llegaba casi a la aporía del Aiurdin cuando me fijo en la línea que repiten en “Huérfano”. Ahí, cantan eso de que “no hay hogar, ni dios, ni verdad”. ¿Algo le podría gustar más a Jacques Derrida? También les ha salido el disco postestructuralista. Se cogen las dicotomías y se las pasan por el forro de la casaca. Hay otro ejemplo más claro en ese hit que abre el disco en femenino (sirvió de presentación y el vídeo que lo acompañó no se debe evitar) y que es como un grito desbocado desde lo alto de una colina que mira al valle asfaltado de la ciudad, como si después de tanto tiempo te explicaran las cosas con el lenguaje que conocen: “aquí estamos, hemos vuelto, nunca nos fuimos, seguimos siendo nosotros”. Y lo hacen con “Loca”, que ya lo lleva en el título y no usa más advertencias. Cuando te asomas, ya viene remontando, que parece que entras metiendo la cabeza en un vendaval. Decían en aquel siglo que la mujer solo tenía el estrecho espacio de dos extremos reñidos: o bien era ángel o bien era monstruo. Cuando se acercaba a la creación, era esa loca encerrada en un desván. No era, en muchos casos, enfermedad; era rebeldía, disidencia, subversión. En “Loca” pintan una mujer poderosa que abraza su libertad, su deseo y su individualidad, aceptando las consecuencias. Eso es Pomeray, rock and roll que enciende con el ritmo y remueve con la agudeza de una mirada penetrante y sin complejos, atravesando las fronteras del género, explorando los vertederos de las redes virtuales, revisando dogmas y discursos, replanteándose el significado de palabras como sumisión, creatividad o violencia.
A los Pomeray no se les ha agotado la capacidad para la insurrección y la originalidad. Y lo llevan también a su sonido. Sus canciones reniegan de las estructuras gastadas. No sabes cuándo vendrá el estribillo ni si vendrá. Las armonías se enredan con las melodías. El tono de la historia parece decidir el desarrollo de la canción. Alguna parece un medio tiempo pero no lo es. En otras juegan con el ritmo como si vacilaran con tu porvenir. En “La Red” parece que hay un diálogo entre personajes. O quizás un poema dentro de otro, como en el “Hamatreya” de Emerson pero sin resultar tan pedantes como alguien que menciona a Emerson en una crítica de rock. Ellos mientan a Jack Kerouac en “El camino” y todo encuentra su equilibrio y su sentido antes de llegar a Denver. Los títulos de este disco son someros pero condensan todo lo que se evoca luego, ya usen el nombre de un barrio de Donostia o palabras clave como “Obediente” y “Huérfano”.
El rock and roll está aquí en toda su capacidad. Es denso y voluble; es bailable y embriagador. Consiguen que el ritmo atrape, las caderas se turben y la conciencia despierte. Pero, si quieres que te lo diga sin más retórica: lo que más me gusta de este disco es su promesa. Los Pomeray han vuelto y hay tantas ganas de esto como de lo que está por venir.
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