Al igual que Ry Cooder o John Hiatt, John Mellencamp está dando lo mejor de sí mismo con el nuevo milenio. Discos como “Cuttin’ Heads” (2001) o “Freedom’s Road” son lo bastante sólidos e inspirados como para no envidiar lo desarrollado en la época dorada de los años ochenta.
Con este nuevo trabajo el de Indiana ahonda en la fortaleza de esa trayectoria, máxime cuando cuenta en la producción con la sabiduría de un T-Bone Burnett, maestro en lograr que todo suene en su sitio con una nitidez aclaparadora. De esa forma nos encontramos ante diez canciones de inspiración acústica, puestas al servicio de la rasposa voz de un Mellencamp que, a sus 62 años de edad, rezuma mucha amargura ante el reciente divorcio de su esposa. Solo hay que escuchar su lamento en la inicial “Trouble man” para darse cuenta que el álbum es todo un ejercicio de expiación, de lamerse las heridas, con cierto toque de desgarradora inculpación.
Un disco muy personal que recoge momentos emocionantes como la balada “Tears In Vain” o mi favorita del lote “The Brass Ring” que simboliza a la perfección la facultad que siempre ha tenido Mellencamp para hablar de la otra america, la de las almas perdidas.
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