Es imposible no caer en la tentación de un interminable namedropping al escuchar el debut de los hermanos Aritz y Jon Plágaro. Suena “Young Hopes” y resulta inevitable pensar en un grandilocuente cruce entre Bowie y a los Mercury Rev más crepusculares. Se menea “Old Maui” y es como si MGMT – sombra también presente en “Stop”– se pusieran en plan funk. “Superman” insinúa en cruce interestelar entre los Flaming Lips más marcianos, Prince y Frank Ocean, y a poco que uno se descuida, acaba recordando el descaro glam rock de T Rex en “What You Wanted”. ¿Seguimos? “Love Bounds” podría pasar por una cara B de The Auteurs puestos de ácido o por la ansiada vuelta al ruedo de The Sleepy Jackson, mientras que encajar “Maxim” y acordarse de los Arcade Fire de “Reflektor” (13) es todo uno.
¿Significa eso que estamos ante un disco sin personalidad? No exactamente: si algo no escasea aquí son las buenas ideas expuestas con desafiante convicción. Todas mostrándose en un estado de ebullición que a bote pronto impresiona, si bien Plágaros tienden a una hiperexpresividad sin contención, a menudo casi esquizofrénica (algo que no tiene por qué ser necesariamente malo), que en determinados momentos puede llegar a empachar, tal y como ocurre en esa “Eva, Fierce And Calm” que empieza a ritmo de vals para derivar en un acelerón de guitarras al borde de la saturación que remite a Muse, o en ese cierre que es “Lullaby”, que entra sin coartada alguna en terreno de ampuloso rock progresivo.
Seguramente se trate de la ambición propia de los álbumes de debut, poco propensos a la labor de criba, generalmente prestos a exhibir todas y cada una de las potencialidades de una banda aún en busca de su mejor registro. Conviene seguirles la pista.
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