A cada nueva entrega de una obra de Mark Lanegan empieza a hacerse más palpable el hecho de que el autor compite contra su propio legado y está empezando a perder la partida. Su extenso pasado le ha llevado del hard rock alternativo y denso de Screaming Trees a reinventarse como crooner de la desesperación y el desamparo para poner su peculiar voz, cavernosa, doliente y pura, al servicio de un montón de artistas de todo pelaje y condición. Su estilo empieza a pesar como una losa y, al margen de proporcionar breves destellos de genialidad, acaba por generar una sensación de cierto aburrimiento en el oyente. Encaras su nuevo disco y lo vas digiriendo de forma pesada y lenta, deseando que al siguiente corte pase algo que rompa ese tono crepuscular, reiterativo y monótono. Esperas que alguna sorpresa quiebre esa letanía que tantas veces ha mostrado con anterioridad, pero esa espera se eterniza. Dice que este álbum ha sido compuesto gracias a una aplicación de móvil llamada “Funk Box” y a uno le da por pensar que ojalá le hubiesen robado el celular con todos los archivos, pues la densidad drónica de algunas de las canciones más que narcotizar, provocan un enorme bostezo.
Amigo Disturbios, creo que lo tuyo no es Mark Lanegan. No pasa nada, pasa a otra cosa. Para los que nos gusta cabe decir que es su disco más pop y electrónico. Su estilo habitual, lento y oscuro, en temas que recordarian a unos Depeche mode, unos New order o incluso Echo and the Bunnymen.