Como a mí el swing, el jazz vocal y los crooners no me interesan nada en absoluto, no puedo catalogar el disco anterior de Sondre Lerche más que como patinazo o si lo prefieren de capricho artístico algo inútil, a pesar de que cierto sector de la crítica lo ensalzara. Lo siento, pero no va conmigo. En cambio su nuevo trabajo encaja mejor en lo que yo espero del músico escandinavo –que tampoco es mucho-: que haga bonitas canciones pop para todos los públicos. La novedad y, también el valor principal de su cuarto trabajo reside, no obstante, en que ha recuperado cierto pulso que incluso podríamos calificar de rockero, desnudando sus temas al máximo, dejando a un lado los arreglos orquestales y acercándose, más si cabe, a su admirado Elvis Costello. ¿Resultado? Un álbum que se deja querer, con algún destello de calidad, pero que no cambiará el hecho de que Sondre Lerche seguirá engrosando la letra pequeña de los carteles de festivales. Lerche es uno de esos artistas que siempre resultan solventes, pero que nadie cita a la hora de recomendar un evento a otro. Y es que la categoría de artistas de las ocho de la tarde cada día es más abultada y numerosa y por ello cabe pedirles más a todos y en el caso del nórdico siempre se queda uno con la sensación de que podría haberlo hecho mucho mejor.
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