Lejos de aflojar en su demencial ritmo discográfico (ya van veinticuatro), los muchachos de King Gizzard And The Lizard Wizard irrumpen con nuevo álbum conceptual de título kilométrico (“PetroDragonic Apocalypse; or, Dawn Of Eternal Night: An Anhilation Of Planet Earth And The Beginning Of Merciless Damnation”) y fascinante portada: una ilustración de una especie de dragón con expresión simpática en un paisaje post-industrial.
Los de Melbourne proponen toda una distopía friqui en la que la ciencia ficción siniestra se confunde con la fantasía medieval. Para la ocasión, redoblan su lado más metalero y asilvestrado, poniendo música frenética a su apocalíptica narrativa. El disco está, por cierto, dedicado “a todos los quieren ver el mundo ardiendo”. Pues mejor que sea a golpe de thrash.
La idea es meterse de lleno, y sin complejos, en el rock desorejado. “Motor Spirit” sienta las bases, con las trazas metálicas iniciales entre unos Iron Maiden y unos Metallica enloquecidos y dados al kraut que dejan pasado a las percusiones y las brumas psicodélicas. El cierre esotérico a lo Black Sabbath deja bien claro quién puso los cimientos del género. Ocho minutitos y medio para abrir boca.
El patológico espíritu creativo de los australianos se mantiene intacto…para los valientes que quieran seguir su ritmo. Su enésimo álbum destila su lado más encabronado (“Supercell”, “Converge”, ambas con sus riffs vertiginosos y la última con parte central de guitarras matemáticas y bongos). En este contexto, las melodías medievales de “Witchcraft” con sus guitarras dobladas no desentonan, como tampoco el riff pesado de “Gilla Monster” (cómo no iba a ser plomizo con ese nombre) ni el intenso desfase final (doble bombo incluido) de “Dragon”, con su épica post-rockera, y la demoledora “Flamethrower”. Imposible no cogerle cariño a este inagotable, excesivo pero fascinante organismo creativo.
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