Es de sobra conocido que las canciones se comportan como entes caprichosos esquivos a florecer bajo el mandato de tutela alguna. Tenía razón el genio Picasso cuando aseguró que la inspiración debía llegar trabajando, pero obvió ciertos atenuantes, porque resulta complicado que las musas puedan aparecer cuando uno se sube al metro a las seis de la mañana para desplazarse a su ocupación o que se deslicen entre el trasiego que se vive en una consulta médica, espacio en el que pasa buena parte de su tiempo Suso Giménez, cabeza visible de la banda Petit Mal. Sólo bajo esa doble actividad que ostenta en su vida cotidiana se puede explicar que su sagacidad melódica, ya atisbada desde unos iniciáticos Ora Pro Nobis, no haya encontrado en casi dos décadas de historia una presencia continuada y estable. Una actividad creativa sujeta a las coyunturas personales, y grupales, que aunque hayan impedido un itinerario más copioso de la formación, no evita que cada uno de sus lanzamientos, y en especial este “Como que nada ocurrió”, sean acogidos por cualquiera que disfrute de buenas armonías instalados entre páramos de origen americano con auténtico deleite.
La banda valenciana, haciendo buena la imagen de su portada, mira a la realidad invitada a su actual álbum con unos anteojos lastimados por los infortunios existenciales pero todavía con la capacidad suficiente como para que sus cristales puedan otear el futuro, pese a lo difícil que resulta descifrar sus formas. Y es que no estamos frente a un disco conceptual, o no por lo menos de esa forma cincelada con precisión temática alrededor de un contenido episódico, pero sí que logra transmitir, interrumpidas levemente por aquellas composiciones rescatadas de épocas pretéritas y remozadas, una impenitente vocación por rechazar la opción de claudicar, haciendo que la rodilla hincada sobre el piso sólo puede ser conjugada como el resuello necesario para extender un trayecto, inevitablemente compuesto de heridas y tropiezos, pero de naturaleza inquebrantable. Itinerario para el que Petit Mal se presenta escoltado de un sonido mejor definido, y versátil, que nunca con el fin de recoger las raíces del sonido americano y entregarlas en piezas de cariz “popero”.
Pese a que las imponentes base rítmicas y las encrespadas guitarras enunciadas bajo el distorsionado lenguaje del blues que inauguran el disco con el tema “Haré como que nada ocurrió”, parezcan querer enmendar la naturaleza sutil de la propuesta global, la llegada del estribillo, evocador y dulce, deja entrever la innegociable condición del grupo. Envites más inmediatos y directos que harán del power-pop, siempre con esa ambivalencia entre la nostalgia y la energía juvenil, otro ingrediente, puntual pero esencial, con el que colorear el repertorio. Si en “Para no despertar” adoptan su sentido más pegadizo y romántico, como si de unos Los Planetas aseados con el ánimo melódico esgrimido por formaciones sesenteras ibéricas se tratasen, para aplicar aquella máxima aritmética enunciadora de que tras la debacle sólo se puede mejorar, su nervio melancólico -digno de La Granja- en “Partimos de un error” convierte el paso en falso en un digno camino de baldosas amarillas.
Pero más allá de repuntes impetuosos, a los que también recurre el disco, su imaginario vehicular se nutre de aquellos ambientes más delicados, al menos en su apariencia formal, porque incluso el pop que define “Quizá sea mucho pedir” está atravesado por un latido turbio rescatado de la Velvet y en donde la voz acompañante de Anna Sanz de Galdeano se viste de su particular Nico. Un escenario más bucólico y vaporoso, eslabones unidos a propuestas bajo el nombre de Iron & Wine o Josh Rouse, es el que reclaman temas como “Water or snow”, donde la colaboración de Carolina Otero & The Someone Elses le proporciona una elegante dinamismo, o “Desaparecerá”, que se expande con volátil pero emocionante sustancia, condiciones igualmente aplicables a “Como si fuera normal”, donde su tupida vestimenta instrumental comparte armario con Sufjan Stevens y su interpretación se ubica en preceptos geográficos más cercanos como los de CRAG. Mientras que “Me conoces bien”, ya sea sólo por la presencia del banjo y su natural querencia campestre, exalta la afiliación a un sonido típicamente americano, éste sin embargo va a exhibir unas raíces más protuberantes en el “dylaniano” boogie sureño “El ojo del huracán”, un tema donde ya se atisba la compañía inspiracional de sus compatriotas La Gran Esperanza Blanca, que formarán una entente referencial con bandas como Más Birras para cabalgar bajo ese trotón tono western en “Desde el pedestal”, adjurando de homilías cotidianas, o haciendo de “Mala elección” un crepuscular paisaje de determinaciones erradas.
“Como que nada ocurrió” es un disco excelente, un personal e imaginativo, en forma y concepto, ejercicio para buscar un lugar común entre el pop, y sus afluentes, y la tradición estadounidense, sin clichés ni dogmas pero tampoco bajo la imposición de resultar artificialmente impertinentes con las herencias adquiridas. En ese aparente sentimiento plácido anida toda una lírica dispuesta a hacer balance de los muchos y variados daños que significa estar vivo. Una docena de canciones que si bien no escapan del derrotismo tampoco son ninguna oda a la catástrofe, sí a su inevitable presencia, pero mucho más a la voluntad de mantener el paso erguido mientras a nuestras espaldas se escucha la sinfonía que producen las ruinas desplomándose.
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