Tomás de Perrate reaparece tras once años de silencio discográfico, que no artístico, ya que, además de dar recitales propios y genuinos como pocos, no ha dejado de girar junto a Israel Galván por el mundo entero durante ocho años, absorbiendo por los poros de su cuerpo la música contemporánea y propuestas revolucionarias a cada paso. Aprendizaje continuo que, como en su día hiciera Camarón con “de la Isla” en “La leyenda del tiempo” (79), ha llevado a Tomás a “cortarse la coleta” en “Tres golpes” (22), borrándose el nombre para firmar estos nuevos once cortes como “Perrate”. Un viaje atemporal donde surca mares y océanos en busca de las semillas del proto-flamenco, subrayando la influencia y riqueza del africanismo en los cantes de ida y vuelta.
La voz cubista y áspera de Perrate, gitano utrerano de pura cepa, perteneciente a una de las sagas artísticas con más enjundia del flamenco (nieto de Manuel Torre, hijo de Perrate de Utrera y sobrino de Maria La Perrata, por nombrar solo algunas de las ramas más cercanas de un árbol genealógico con tanto arte, que abruma), desprende, más que nunca, en este flamante “Tres golpes”, modernidad y autenticidad por los cuatro costaos. Surcos de madera y cobre, con alguna que otra atmósfera espectral y saltos valientes al abismo creativo. Producido por Raül Refree y dirección artística de Pedro G. Romero.
Además de seguir la estela de sus mayores al compás de seguidillas, soleares y bulerías, “Tres golpes” es fruto de un respetuoso y concienzudo estudio de la música popular del siglo XVI, XVII y XVIII. Entre sus once cortes conviven perfumes y esencias de zarabandas, jácaras, folías y tonás, pasando por romances carolingios de tradición sefardí o seguiriyas de leyenda. Todo bajo el latido doliente de las canciones de los silenciados, de la esclavitud que se extendió por muchos lugares de Andalucía, impregnando el aire de africanismo y ritmos caribeños en cantes de ida y vuelta. A ese proto-flamenco acude Perrate, recuperando aquellos sones que trajeron los esclavos africanos y gitanos, recogiendo esas semillas que esparcían en el viento mientras trabajaban en los campos o puertos de Cádiz y Triana, como estibadores, cargando y descargando especias a pleno sol, adaptando y mezclando sus fraseos y quejíos con aromas de ultramar y el folclore de la tierra en la que vivían.
Ese es el enriquecedor trayecto que nos regala Tomás en “Tres golpes”, una obra de arqueología experimental que bebe de la raíz y de más allá, filtrando por sus venas flamencas y garganta de fragua eterna, la riqueza africana, para fundirse en ella, ampliarla y reafirmarla como uno de los cimientos primigenios del arte jondo.
Así, adapta piezas del siglo XVII como la inical “Boa Doña, chacona de negros y gitanos”, un mágico sarao en el que Perrate le saca brillo “A la vida bona” de Juan Arañés, resplandeciendo como nunca el ADN flamenco de la chacona, danza de origen hispanoamericano, rebosante de erotismos, festividad y alegría gitana. Con Perrate al mando, cincelando cada estrofa, acompañado al toque por Paco de Amparo y los geniales coros, jaleos y palmas (omnipresentes y sobresalientes en todo el disco) de José Adán Fernández, Vicente Romaní, Raquel Zapico, Antonio Carrasco ‘El Maleno’ y Carmen López Zambrano. Compás que baila y se funde con el pulso rítmico del contrabajo de Miguel Ángel Cordero y las percusiones de Antonio Moreno. Los medidos arreglos de un alquímico Raül Refree, con un extra de vanguardia y misticismo al órgano, más el serpenteante saxo de Juan Jiménez, avivan una hoguera que arde bajo las estrellas del pasado, presente y futuro.
Por estos primeros surcos, ya ha valido la pena la larga espera, tras aquella nocturnidad eléctrica de “Infundio” (11), un brillante trabajo (menos valorado de lo que se merecía) junto al guitarrista, arreglista y productor Ricardo Moreno. Le sigue la titular y muy ganadora “Tres golpes”, un fandango callejero en el que late fuerte el corazón de la obra, con Perrate dejando escapar por su boca, como ese barril de roble centenario, las esencias del vino y la madera de sus cuerdas vocales, haciendo suyo el tema de Los Gaiteros de San Jacinto, un grupo colombiano en la tradición de la música africana, esa que llevaron los esclavos a la zona del Pacífico o a la Sevilla y Cádiz del siglo XV. De nuevo nos encontramos en esa encrucijada donde los cantes van y vienen en busca de libertad, intercambiándose y mezclándose, respirando juntos con alegría, de atrás, hacia delante, con la fuerte tradición de la música africana muy presente. Tres golpes de nudillo donde el duende y los sonidos negros siempre fueron uno, rompiendo cadenas y barrotes.
Y si la voz de Perrate siempre ha sido una de las más negras del flamenco, en piezas como la folía “Yo soy la locura” o la hermosísima “No hay que decir el primor”, donde reluce esa octava más grave (bien aconsejado por Raül Refree), consigue una profundidad que parece manar del centro de la Tierra, dejando atrás el Guadalquivir, atisbando campos de algodón a cada fraseo y desembocando el Misisipi en su garganta.
De los sonidos ancestrales de “Arde la casa de Cupido (seguidillas mitológicas de Alosno)”, con Paco de Amparo de nuevo como fiel escudero, a la sobrecogedora pureza de “Si algún día (seguiriyas del Nitri, La Cherna y José de Paula)”, acompañado por la templanza y clase de Alfredo Lagos, pasando por un romance de “Melisenda insomne” hecho carne en su cante, con el choque y entrelazamiento de las guitarras de Lagos y Refree, bajo los ecos del Tio José de los Reyes, “El Negro”, y Mairena.
Es consecuente con su tiempo y arriesga a corazón abierto en la rugosa y afilada modernidad de “Noche oscura”, toná atmosférica y espectral que corta la respiración, o con esa otra joya de rabiosa vanguardia, la deconstrucción del poema de Hugo Valls “Karawane” (también por tonás) en “Los fonemas”. Quejíos dadaístas que lleva años perfeccionando en directo y confluyen ahora en la que quizás sea la pieza más rupturista del álbum. Para pasar con la misma facilidad y verdad a hacernos un nudo en la garganta y arañarnos por dentro con la esencia de las esencias, una genuina “Soleá sola” (con aires de Juan Talega y Perrate padre), donde palpita el espíritu de Mercedes Fernández Vargas, “La Serneta”. Lo lleva en la sangre, ya que una tatarabuela de Tomás Fernández Soto, “Perrate”, era hermana de Mercedes y de ahí le viene el “Fernández”.
Tomás viene de vuelta, con las bases del flamenco grabadas a fuego en la piel, capaz de hacer improvisaciones libres en directo con músicos de otras disciplinas o jugar con la música electrónica. En este nuevo trabajo, Perrate, bate sus alas una vez más, abriéndose a todas las músicas e influencias enriquecedoras que están a su alcance. “Tres golpes” no es solo uno de los discos de raíz más sobresalientes de la última década, sino una obra imprescindible para entender de dónde viene el flamenco y hasta dónde puede llegar… Al infinito y más allá.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.