Diría que a lo largo de sus casi diez años de carrera los estadounidenses solamente han cometido, a mis ojos, un error.
Y posiblemente ni siquiera sean conscientes. Ese error fue protagonizar un concierto aburrido y sin energía en la ciudad en la que vivo. Aquello me hizo dejar de depositar esperanzas en su futuro y en desconfiar de todo lo que me habían hecho sentir desde entonces con su sonido de languidez emo. El tiempo, y sobre todo “Peregrine”, me han hecho darme cuenta de que darles la espalda no fue buena idea. Su nuevo trabajo aún se puede disfrutar y sus composiciones aún tienen un no sé qué que las de muchos otros en similares condiciones y terrenos estilísticos no tienen. Los tres años que han dejado pasar desde “Two Conversations” quizás les hayan servido para darse cuenta de que jamás van a comerse el mundo –no son lo suficientemente buenos para ello-, pero también para tomar conciencia de que son muy capaces de ofrecernos atractivas canciones –para eso sí lo son-. En “Peregrine” hay por lo menos tres que justifican la adulación: “Ceremony”, la intensa instrumental con la que abren el disco; “Mountain Halo”, una de las piezas más experimentales aquí incluidas, y “A Fate Delivered”, la más épica y más Radiohead al mismo tiempo. Un honor tenerles de vuelta. Veremos en el Primavera Sound.
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