Dice el refranero que quien bien te quiere te hará sufrir, y no cabe duda que siglos de sabiduría popular le avalan. El amor, la entrega incondicional, la pasión tiene un reverso oscuro, el de la sumisión, el auto engaño, la estupidez. Y es precisamente ese lado oscuro de las relaciones en el que se ha inspirado Julio de la Rosa a la hora de construir este “Pequeños trastornos sin importancia”. Un disco que continúa la senda marcada por el anterior “La herida Universal”, del que bebe no solo en temática, también en algunos fraseos de guitarra y melodías que acaban por apuntalarse del todo. Sin embargo no hay duda de que nos encontramos ante un disco más uniforme en las formas, más compacto y homogéneo. No hay salidas de tono, ni tampoco muestra el lado más cínico o incluso cafre expresado en canciones como “Las camareras” o esa maravilla que era “Canción de guerra”. Aquí todo es más descarnado, más profundo e incluso doloroso. No es un disco fácil. Hay que domarlo a base de escuchas, en parte por culpa de una producción cruda, pero sobre todo gracias a unas letras ingeniosas abiertas a varias lecturas sobre el amor, la entrega y sus consecuencias.
Hace tiempo que Julio de la Rosa pide a gritos un reconocimiento a la altura de su genio. Una atención que lo equipare con primeros espadas del indie en castellano como: Sr. Chinarro, Nacho Vegas o La Bien Querida. Razones tiene de sobra. Solo hay que escuchar la letanía árida de “Gigante”, el sinuoso balanceo épico de “La fiera dentro” o el dulce broche de oro en forma de balada que es “El amor saludable”... El disco es tan bueno y personal que hablar de la portada (brutal) o las múltiples colaboraciones en esta crítica simplemente estaba de más. Para eso ya tienes los créditos del disco. A disfrutarlo, pero de forma dosificada porque doler, duele.
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