Decía Ortega y Gasset que “yo soy yo y mis circunstancias” y la célebre cita me viene que ni pintada para comenzar la crítica del undécimo disco de estudio de Pearl Jam, el primero que publican en siete años. Y me sirve porque mis circunstancias mientras lo escucho son totalmente excepcionales, con una epidemia extendiéndose por el mundo, un país en estado de alerta y encerrado en casa. Una situación así afecta a todo lo que haces y esta crítica no iba a ser menos.
Pero dejemos mis circunstancias y vayamos al meollo del asunto. “Gigaton” no es ni la renovación total que nos prometía el primer adelanto, “Dance Of The Clarvoyants”, ni un disco totalmente continuista como podría parecer escuchando el segundo, "Superblood Wolfmoon". La banda ha hecho una pequeña actualización de su sonido pero sigue teniendo su ADN por todas partes, así que este no es el “Kid A” de Pearl Jam, sino un ligero paso adelante y una mejora tras el decepcionante “Lightning Bolt”. Evidentemente no está a la altura de la trilogía inicial, pero puede mirar a los ojos a aquellos dos notables discos que le siguieron y con los que cerraron la década de los noventa, “No Code” y “Yield”, siendo su disco más interesante desde este último.
Desde el principio de su carrera Pearl Jam fue la banda grunge con más conexión con el rock clásico, y no solo porque grabaran un disco con Neil Young –no en vano el único rockero al que no se miraba con desdén desde la nación alternativa–, sino porque escuchando su música uno podía ver que The Who eran para ellos tan importantes como Pixies (si hasta tenían un guitarrista que cantaba las excelencias de Stevie Ray Vaughan...). “Gigaton” les vuelve a confirmar como deudores de ese sonido, con un inicio en el que se ven los ecos de bandas como la de PeteTownsend o Led Zeppelin.
Siempre les ha gustado empezar fuerte sus discos y “Gigaton” no es una excepción, puede que sea su arranque más potente desde los lejanísimos tiempos de “Vitalogy”. Las cuatro primeras canciones apenas dan respiro y, cuando todo esto pase y podamos volver a disfrutar de conciertos al aire libre, las cuatro podrían abrir los conciertos de la gira sin que nadie se quejara.
"Who Ever Said" suena fresca y, al mismo tiempo, a ellos mismos. Es una nueva prueba de ese amor del que hablamos por The Who, con varias partes diferenciadas. Suenan rejuvenecidos y desafiantes, al tiempo que nos presentan uno de los temas sobre los que giran las canciones: la esperanza, algo que Pearl Jam se niegan obstinadamente a perder como se puede escuchar en la siguiente canción, la garajera "Superblood Wolfmoon" en la que Eddie Vedder entona un esclarecedor "Don’t allow for hopelessness". Los otros grandes temas del disco serán el cambio climático y la naturaleza, sin olvidarse de soltar dos o tres dardos contra Donald Trump.
"Dance Of The Clarvoyants" es la mayor sorpresa del disco, la canción más Talking Heads que han hecho en su carrera, con Vedder canalizando los aullidos de David Byrne, y la sección rítmica demostrando un punto funky, pero, definitivamente, no es el sonido del resto del disco, ni la señal de que los de Seattle iban a sacar un disco con los sintetizadores imponiéndose a las guitarras. Solo hay que escuchar la siguiente canción, "Quick Escape". Con una magnífica línea de bajo, no en vano la música es cortesía de Jeff Ament, y reminiscencias de Led Zeppelin, es una de las mejores y más potentes piezas del disco. En la letra Vedder es capaz de expresar su hastío por Trump y hacer un guiño a los de Jimmy Page en la misma frase: "Crossed the border to Morocco / Kashmir then Marrakesh / The lengths we had to go to then / To find a place Trump hadn't fucked up yet".
Luego llega el más que necesario respiro con "Alright", lo malo es que más que un respiro parece un frenazo. Mejor funciona el siguiente medio tiempo, "Seven O'Clock", una melodía madura e inspirada con la que Vedder entrega una de sus letras más acertadas y en la que califica a Trump como "estupidez sentada" en contraposición con el líder indio Toro Sentado. Luego vuelven a pisar el acelerador con "Never Destination" y "Take The Long Way", que sin estar mal no llegan a la altura del cuarteto inicial, con la segunda recordando un poco a Soundgarden –algo normal si pensamos que su compositor principal es Matt Cameron–.
A partir de aquí el disco se ralentiza y se nota la mano de Vedder a la hora de secuenciarlo, con esta parte siendo lo más parecido que ha sonado nunca la banda a un disco en solitario del cantante. Primero aparece "Buckle Up", la única canción compuesta en solitario por el que fuera el compositor principal de la banda en sus dos primeros discos, Stone Gossard. Se trata de un medio tiempo, casi una nana, que da paso a "Comes Then Goes" con la que Vedder canaliza al Springsteen acústico. Su letra podría verse como una reflexión sobre la muerte de Chis Cornell y el hecho de ser los únicos que se mantienen en pie de su generación. Hace tiempo que Vedder y Pearl Jam tienen clara su posición sobre la manida frase de Neil Young: "It's better to burn out than to fade away?"
"Retrograde" es otro medio tiempo con música de Mike McCready y una gran interpretación del cantante. Es el comienzo del final del disco que llega con "River Cross", una canción que Vedder ya había cantado en solitario en 2017. La base es la misma que entonces con el cantante tocando un órgano que suena solemne, casi a funeral. Pero cuando la desesperación parece que se hace presente, Vedder vuelve a encender el faro de la esperanza, "Share The Light,... Won’t Hold Us Down". Es un final emocionante.
En tiempos en los que nos pudiésemos permitir ser más cínicos se podría mirar a este disco con desdén, no es la gran reinvención que algunos esperaban –sigue habiendo su mezcla de guitarrazos y baladas marca de la casa, y no se puede decir, ni mucho menos, que no sobre alguno de sus cincuenta minutos (es el disco más largo de su carrera)–, tampoco es un disco que le cambiará la vida a nadie, pero sí es un trabajo honesto, sentido y reconfortante que no suena a simple excusa para salir de gira. Es un buen disco de una gran banda, pero es que, además, en este contexto, es reconfortante escuchar a una voz familiar y amiga diciéndote que esto pasará, que hay una luz al final del túnel.
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