Reconforta asumir que la carrera de The Raveonettes ha consolidado tal diversidad de registros. Con ella se permiten una longevidad de lo más saludable, que hubiera sido muy difícil aventurar cuando debutaron hace doce años blandiendo la candidez de las all girl bands, la dulzura melódica de Phil Spector y las borrascas de The Jesus & Mary Chain como principal (y casi único) argumento. “Pe’ahí” es un paso más en la sofisticación de su discurso, y hay que conceder que bienvenidas sean las desgracias si generan discos como este: si por un lado su nombre deriva de una playa hawaiana en la que Sue Rose Wagner estuvo cerca de morir ahogado mientras practicaba surf hace seis años, el tono sombrío que exudan sus letras obedece a la reciente muerte de su padre, con quien parece tenía una relación no precisamente fluida. Eso explica la advertencia de letras explícitamente violentas por primera vez en su trayectoria.
Incrementando el instrumental con arpas, cuerdas, xilofones y secuenciadores y concediendo la primacía a las texturas, las atmósferas y los ritmos en detrimento de la clásica estructura de estribillos pop, los daneses han redondeado el que podría ser su mejor trabajo. Cuando menos, el más hipnótico. Cualquiera de sus diez canciones es un sólido motivo para dejarse atrapar hasta el tuétano. El pertinaz muro de sonido de “Sisters” supura una perversa y dulce malicia (¿alguien se acuerda de Curve?), en un contexto de actualización del shoegaze que tiene en “Z-Boys” y en esa barbaridad que es “Killer In The Streets” (el cruce perfecto entre The Smiths y My Bloody Valentine) su particular cúspide. “A Hell Below” también hace gala de una dulzura melódica sepultada bajo un áspero manto de guitarras. Y es que la dualidad entre hiel y azúcar es una constante en este extraordinario álbum, que tiene en el trip hop insano de “Wake Me Up” y “Kill” otro botón de muestra de su progresión. Los británicos tienen una palabra perfecta para definir esto: mesmerizante. Pues eso.
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