Paul McCartney regresa a escena con nuevo disco de estudio –el decimoctavo de su carrera en solitario–, solo un par de años después de que viese la luz ‘Egypt Station’ (Capitol, 18). El británico presenta una obra grabada, tocada y producida en su totalidad por él mismo, en la prolongación de aquella serie que comenzó con ‘McCartney’ (Capitol, 70) –su estreno al margen de The Beatles– y tuvo continuación una década después en ‘McCartney II’ (Parlophone, 80). ‘McCartney III’ muestra a un músico veterano que disfruta de su contemporaneidad o, mejor dicho, su absoluta atemporalidad, tras renovarse en su justa medida y sin perder nunca la perspectiva. El álbum se compone de once nuevos temas de aire tradicional que, sin embargo, buscan diferentes direcciones y evidencian que el autor permanece atento al entorno. No en vano McCartney es seguramente el músico vivo más importante e influyente del mundo con permiso de Dylan, y no ha dejado de hacer música a lo largo de seis décadas. Tradicional e injustamente acusado de blando y virado al pop sin disimulo (sobre todo en comparación con la acidez contestataria de Lennon), resulta que su olfato para dar con melodías infalibles y capaces de enardecer el género ha sido, es y siempre será, impagable.
Al fin y al cabo, ‘McCartney III’ no es sino el embalaje para otro buen puñado de canciones, que no buscan la trascendencia de antaño pero lucen a cambio como una serie notable y con la impronta diferenciable del de Liverpool. La referencia se abre con la lograda “Long Tailed Winter Bird”, pieza casi instrumental de acordes pegadizos y marcados (casi industriales) que activa repentinamente la atención del oyente y da paso al single “Find My Way”, uno de esos éxitos instantáneos, irresistibles y marca de la casa que el vocalista lleva toda una vida acumulando. Unas preferencias que también alcanzan al bonito medio tiempo “Pretty Boys” y a esa melancolía latente en “Women And Wives”, mientras que “Lavatory Lil'” apunta al rock & roll más clásico de un par de minutos sin trampa ni cartón. Por su parte y situado en pleno ecuador del elepé, “Deep Deep Feeling” sirve para que Sir Paul experimente con diferentes ritmos a lo largo de ocho minutos, tomando una senda en la que también encaja la gruesa “Slidin'”, que bien podría haber venido firmada por Royal Blood y puede llegar a recordar a “Helter Skelter”. La delicadeza regresa con “The Kiss Of Venus”, una “Seize The Day” que ni suma ni resta, y la elegante “Deep Down”, antes de que la deliciosa “Winter Bird;When Winter Comes” remita al “Blackbird” del ‘White Album’ (Apple, 68) y eche el cierre.
‘McCartney III’ es un álbum orquestado con seguridad, buen gusto y la ambición del que se sabe veterano y maestro ante las posibilidades que ofrece un estudio de grabación. Un disco sin complicaciones añadidas pero que al mismo tiempo pretende alejarse de una evidencia tan básica que resultase irritante, apostando por una grabación realista que evita el adorno indiscriminado y cede protagonismo a la sencillez de las propias canciones y su encantador aroma a clásico. Esta es, en realidad, una continuación lógica o cuando menos no demasiado alejada de discos como ‘Flaming Pie’ (Capitol, 97) –título que este mismo año ha cumplido un cuarto de siglo con su consiguiente reedición–, ‘Driving Rain’ (Capitol, 01) o ‘Memory Almost Full’ (Concord, 07). O lo que es lo mismo, otro buen disco firmado por un autor absolutamente imprescindible, que confirma uno de esos reencuentros de bajo riesgo y que nunca decepciona. Seguramente cuando falte su voz, se valorará el increíble ingenio de un músico tremendamente inteligente y que, más allá de su inmortal legado con The Beatles, siempre ha sabido cómo manejar esos tiempos que todavía guían la que es una brillante carrera.
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