Los conceptos son como los embragues. A mayor uso, peor huelen. Aquel de ‘la madurez’ en la música, gastado como si en vez de un utilitario, lleváramos un F1 y no pagáramos nosotros la reparación, la prensa musical lo ha maltratado a destajo.
Matar un concepto tiene un costo: cuando viene al pelo, mierda, ya no despierta sentido. Pero como el lenguaje es finito, aunque se pise un charco de vulgaridad estilística, ahí va: Pau Vallvé ha hecho su disco más maduro. Después de estas líneas, y de escuchar el disco, ya dirán si se quemó embrague para nada o qué.
¿Qué tienen en común Jorge Drexler y Damon Albarn? Aparentemente, que se ganan la vida con la música. Poco más. Aunque de fondo, hay un par de cosas, y gordas: la primera, siempre han hecho lo que les ha dado la gana, y eso les ha permitido crecer con seguidores variopintos y con menos ataduras que un ‘swinger’.
La segunda, Vallvé respeta las carreras de ambos. Y, salvando las distancias en el alcance de públicos, esas fronteras estúpidas (¿idiomáticas? ¿mediáticas?) que todavía separan nuestras escenas por comunidades y que limitan mucho las carreras en España, Pau Vallvé ha empezado un camino similar al del uruguayo y el británico. Sin desmerecer lo anterior de su discografía, nada antes le había sonado tan accesible, variado –más allá de lo irónico de Estanislau Verdet– y ligero. En el mejor sentido. “La vida és ara” es, de principio a fin, un disco que acompaña, que no alecciona, pero del que se pueden extraer muchas lecciones.
Elaborado durante el confinamiento, el encierro sirvió al catalán para aislarse del mundo. De las presiones externas, y sobre todo de las propias. Las peores. Aparcó sus baterías, el sonido de banda-indie e incluyó muchas de las cosas con las que llevaba tiempo jugueteando pero no había metido en sus discos quién sabe por qué.
¿Bosanova? Presente. Si la bailaba solo en su casa en el confinamiento, así como los boleros, ¿por qué no incluirla? Cajas de ritmos, dentro. También primeras tomas a la voz. Todo natural, nada estridente. Y, claro, con un tino en la forma de escribir que parece un ‘click’ definitivo; la simpatía por Drexler, sobresale. Imágenes potentes, listas, apuntes ingeniosos. Ni pizca de moralina. Le llegó la paz, pero no cuenta cómo, solo lo apunta. Sinó sería basura de autoayuda.
El largo va del desamor (los dos primeros temas) al desprejuicio, al autoperdón y a la aceptación. Y arrastra frases que uno, tenga la edad que tenga, no puede más que abrazar. “Si me hicieran volver a todos esos años, lo haría todo igual, pero lo haría disfrutando”, reza –traducción chapucera– la drexleriana “Què, va, què va”.
Todos vivimos mirando de reojo al de al lado. Pero este es un disco de Pau Vallvé escrito para Pau Vallvé. Un disco donde el cantautor se trata bien, se quiere. Y es imposible no ir de la mano en su proceso. Porque, citando su título, el momento es ahora, sí. El momento es escuchar cosas que nos hagan crecer y nos hagan esbozar una sonrisilla tonta: “Joder, ¡no caí yo veces en esto que cuenta!”. El momento es escuchar algo y sentir cómo se elevan un poquito los pies del suelo. Esos son los discos que marcan la diferencia, los discos que solo pueden hacer aquellos a los que se las trae al pairo impresionar a nadie más que a uno mismo.
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