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Pau Vallvé ha hecho una transición. Ha pasado de elaborar un dietario personal –del que se podían extraer, claro está, lecciones– a hacer algo mayor: una crónica para y entre todos. El dribling empezó con “La vida és ara” (20), pero ha tomado impulso definitivo con su nuevo álbum.

Él odiaría la expresión. Pero la crisis ha sido oportunidad y ha servido para que muestre una versión disfrutable, cantable y bailable, de su proyecto en solitario. La más despreocupada, hedonista y, a la vez, colectiva de su ya larga carrera.

Él lo resume en la importancia de los cuidados y la asunción de la contradicción. Aplicándose la máxima en “:)” (22), como el que más: “En positiu millor” o “Cançó ansiolítica #9”. Se trata de un disco grande y pequeño a la vez, de momentos. De barbacoa con amigos y de intimidad. Pero un álbum en el que la luz gana por goleada y donde la nostalgia solo se cuela por las rendijas de la persiana: no molesta, a quién no le gustan esos halos diagonales de polvo flotante. A quién no le gusta la deliciosa “Aquest any i mig”, una canción susurrada a un ordenador, tierna y mínima, y después orquestada con majestuosidad. La obra de arte también es el marco.

Su anterior disco, diez sobre diez para esta publicación, era la catarsis que la música nos debía en pleno impacto por la pandemia. El reto artístico era mucho mayor en esta “nueva normalidad”, donde en cierta manera, lo fácil era volver a las vicisitudes del pasado. Vallvé no ha seguido esa senda.

El proyecto es una amalgama de estilos, del emo rock de “Aquest cop sí” a la samba de “Tu deixa’t portar” o ese aquelarre a lo The Postal Service que es “Endavant”. Hasta llegar a la “Carrie & Lowell” (Sufjan Stevens, 15), bonita hasta aplatanar, “Berenar sopar”. Tampoco demasiada novedad en su longeva discografía, lo de la versatilidad. La diferencia es la ligereza con la que está hecho. El mismo espíritu demo que “La vida és ara”, primeras tomas, impulsos y el entusiasmo y adictivo hacer-por-hacer.