Tras dos décadas mutado en Parade, Antonio Galvañ recuerda su primer álbum bajo los designios de su cromática oda a la caligrafía pop, sazonado de latido sintetizado y obsesión sci-fi. Viñetas arrancadas de los cómics de su vida, que vertebraron tan inspirado debut. Uno donde el de Yecla se hizo único por medio de un ajuar de canciones labradas desde la melancolía robótica de perder la infancia y ver pasar los inviernos uno tras otro.
Desde su casa en la colina, la historia de Eduardo se mezcla con los ángeles del cielo, los grupos vocales se hunden bajo el peso glaciar tecnófilo y los electrones conectan con el recuerdo de “Blade Runner”. Adentrarse en este clásico perdido, proverbialmente rescatado, es como hacerlo en un audio cómic de Estela Plateada o en las aventuras espaciales de la Patrulla X. Canciones íntimamente ligadas al aprendizaje creativo de un ser que parece uno de los personajes que pueblan cortes como “Radiante Estrellabrillante Smith”. Una de las tantas razones por las cuales se hace tan goloso perderse en este disco atestado de kriptonita contra la mediocridad.
“Cielo”, “En mi jardín”, “Metaluna”, “Radar”… no hay descanso para las musas en esta excursión espacial hacia las entrañas de una enciclopedia mental escrita por miles de recuerdos y aventuras, tan capaces de transportarnos a las puertas de Tannhäusser como de insuflar nueva vida a “Señora azul” de Rodrigo, Canovas, Adolfo y Guzmán.
Tampoco es ninguna casualidad la mención a una selenita y títulos de canciones como “La casa azul” y “Serpentina”: filigranas pop que certifican por qué estamos ante la primera de tantas muestras de genio que nos ha regalado Parade, y que Jabalina ha reeditado en una jugosísima versión en vinilo a la altura de su excitante contenido.
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