No me quiero enamorar

A pesar de lo que digan los cazadores de tendencias, el pueblo es impasible, cruel e intransigente con las modas. Lo que ayer podía ser una maravilla, hoy es algo que ni los más horteras del lugar se atreverían a hacer, a pesar de que el género humano tiene una capacidad extraordinaria para la estupidez". “No me quiero enamorar”, el álbum de debut de Papaya, hace un uso moderado, bien asimilado y bastante loable de las influencias ochenteras, pero también de ritmos sensuales, el beat de los 60 y el pop rock hispanoamericano más accesible.

Una docena de canciones descaradas con un par de hits (El Rey de las Camas y Cosas Fascinantes y sencillas), canciones muy decadentes que hacen grandes a los peores cantantes melódicos con toques vaqueros de la década de Naranjito (Joyas en las Tropas y Caballo de Sal). Canaria de ascendencia chilena, acostumbrada a viajar y a no perder detalle y a disfrutar de las experiencias, traslada esas experiencias en letras llenas de situaciones cotidianas, de sensuales escenas de noche con final más o menos feliz y de esos detalles que hacen que la vida pase de ser algo aburrido a una aventura diaria, siempre en el marco de una ambigüedad que es hilo argumental de las historias. También hay toques funk en Joyas en las trompas y temas más sosegados (El alimento del alma), hasta que nos encontramos con el principal problema del álbum. Las diferencias entre los temas son importantes, y en ocasiones parece que estemos escuchando dos o tres trabajos diferentes, sobre todo en los cuatro últimos temas.

No lo achacaremos a ser una artista novel (algo que hay que reconocer que no es evidente en ningún momento), sino al legítimo deseo de incorporar todas las canciones en un primer trabajo. Seguramente sea algo que no veamos en su próximo disco y, mientras tanto, disfrutaremos de un directo que ha dado muchísimo que hablar a lo largo de 2015.