Nos han traído el disco desde Santander. Lo tengo reposado sobre el plato. El día antes, quedé con Andi para que me dejara su copia antigua en cedé. La mía la perdí. Se la dejé a alguien y no la volví a ver. No recuerdo a quién. Si estás leyendo esto, y te acuerdas, que lo disfrutes, no pasa nada.
Ando buscando las siete diferencias, como con los pasatiempos del periódico, justo debajo del autodefinido, encima de la tira de El Fantasma. No encuentro ninguna. Todo está igual. El texto en inglés, los aforismos junto a los títulos, los tres retratos, el fondo negro y los nervios colorados. Los dos son iguales. Parecido al de los Kinks, sí. Uno es más grande que el anterior, pero los dos ocultan dentro lo mismo: un objeto redondo, aunque uno tenga más diámetro que el otro. Uno es de policloruro de vinilo y el otro de policarbonato de plástico. Los dos almacenan música.
Family Spree Recordings, en compañía de Music for Panic, ha reditado en vinilo el primer disco que grabaron Los Paniks, ese con el que perdieron la “c” y ganaron la “k”. Los Paniks grabaron esto hace 20 años en los estudios de Mikel Biffs, que, por entonces, se llamaban Chockablock. Solo lo sacaron en formato cedé. Han pasado cuatro lustros y, ahora, por fin, que se ha puesto de moda aunque no tengas reproductor, lo tenemos en vinilo. Y que sirva de disculpa para que lo volvamos a escuchar en casa, a todo volumen, molestando a los vecinos. Ten por seguro que cuando salgas a tirar la basura y te los cruces en el portal, te van a mirar de reojo y susurrarán: “mira, esa es, la del tercero, la que escucha esos berreos”.
Cuenta la leyenda que esto lo grabaron en dos días. Se fueron al estudio justo cuando era el último de la Aste Nagusia. Aún movía la falda al ritmo del fandango la pobre Marijaia. Eso se paga. Al Rioja le picaba la garganta y tuvo que volver al día siguiente para grabar las voces. Y qué voces. De ultratumba, que te tumban el sentido. Como si las caras de Bélmez cantaran una taranta. Le encargaron el arte gráfico al mismo que acabó sacando las fotos, un señor con bigote al que años más tarde contratarían de guitarrista. Un día, sentados en las escaleras del Museo Marítimo, antes de que tocaran, me dijo que iba a enseñarme a poner un mí y que así ya podría ocupar su puesto. Ya sé ponerlo, tío. Hasta bemol, creo. Bueno, pues ese tío tenía una cámara lomográfica y con ella les sacó las fotos del álbum una tarde en el bar Eguzki, que aún sigue ahí, junto a las escaleras, y que, más o menos, fue donde nació el grupo.
El disco, que en ningún momento lo he dicho, es "The Panik Kontroversy". Han pasado veinte años y así de jóvenes y lozanos se les ve en las fotos de entonces, pero, oye, el disco no ha sufrido como sufrimos nosotros con el paso de los años. Suena bien, nítido pero con ímpetu. Se aprecian los instrumentos, se saborea el ritmo, puedes renunciar al juicio y someterte a su nervio. Suena a lo que eran y lo que siguen siendo: punk, rock, garage, sonido medway, blues, películas de vaqueros, aullidos, quejíos, versiones de Elvis Presley y otras vía Gun Club y guitarrazos como estrangulamientos del raciocinio. Todo eso son Los Paniks y en este disco quedó inmortalizado y registrado para la posteridad.
La posteridad es ahora, por cierto, porque esos catorce temas que recogieron aquí siguen sonando alto, fuerte y contundente. Entre ellos se encuentran muchos que, hoy en día, protagonizan su directo. De hecho, se abre el disco con el comienzo y el final de su repertorio actual. “Shot Gun Blast” suele inaugurar con fuego sus conciertos y normalmente les ponen cierre con más gasolina, que es “Alvarez Kelly”, también aquí. Puedes volver a escuchar trallazos como “She’s My Witch”, “Back to Nature”, “Hurt Me” o “Blue Moon”, que, nuevamente, aún tienen protagonismo cuando se suben a un escenario. Además, la disculpa puede servirte, como me ha servido a mí, para recuperar alguna canción, como esa adaptación que hacen del “His Latest Flame”, aunque ellos se quedan con el subtítulo, “Marie’s the Name”, o una “Don’t Care” que, con su rugoso fulgor, esa sencillez atávica tan arrolladora, me tiene subyugado. Atmósferas, saturación, sudoración, incisiones musicales que estimulan, casi encumbran; como te rindas, mesmerizan.
Cantaban que eran siete: “We Were 7”. No lo fueron. En el insert, tenían una fotografía borrosa de un concierto en el Alaska, y debajo, con letra astillada, escribían: “We were 3!!”. Y lo fueron. Siguen Rioja a la guitarra y las voces y Patxi a las baquetas, pero falta Maribel, bajista original, a quien reconocieron en uno de sus últimos trabajos, un epé que también puedes encontrar en el amplio catálogo de Family Spree Recordings. Eran tres, ahora son cuatro, nunca fueron siete, pero siempre han sido Los Paniks. Puedes descubrirlos por primera vez o convencerte una vez más de que, aunque pasen veinte años, no nos vamos a hacer viejos gracias a canciones como estas.
Ahora, a ver si a alguien se le ocurre hacer lo mismo con Münsterland.
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