Sum, sum, ¿A qué huelen las nubes? ¿Lo recuerdan? Pues debe ser a algo muy parecido a la música de Pale Waves. La principal novedad del gran hype mancuniano de 2018 es haberse desempolvado la cara para sacudirse las pinturas góticas, rebajando el tono de los sintetizadores y subiendo el volumen de las guitarras, hasta acercarse mucho a cómo podría sonar Avril Lavigne en 2021. Tal cual. Una influencia escandalosamente evidente que no tendría nada de negativo per se, si no fuera porque se pone al servicio de un cauce expresivo que, a diferencia de otros proyectos que también reconocen su sombra (Soccer Mommy, Phoebe Bridgers, Snail Mail), es alarmantemente estrecho.
Los amigos de Matt Healy (de The 1975, quien les produjo sus primeros singles) dejan de ser como una versión emo de Haim o unos Chvrches en plan goth, pero siguen resultando igual de inocuos. Y, lo que es peor, más monótonos. Redondea el giro, con toda lógica, la producción de Rich Costey (Muse, Fiona Apple, Biffy Clyro) en California, pero la inversión se antoja de lo más estéril cuando ni los textos de Heather Baron-Gracie ni los contornos melódicos de sus canciones dan para mucho más que un convencional manual de auto ayuda para adolescentes muy pero que muy confundidos. ¿A qué huelen las cosas que no huelen a nada?
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