Andrés Herrera, escudero de lujo de Silvio, Raimundo Amador o Kiko Veneno, desplegó las alas y montó en una encrucijada su propia banda, allí donde Jimi Hendrix hizo un pacto con Manolo Caracol y el olor a incienso cofrade se mezclaba con bandas sonoras, esas que pintaban de mil colores el celuloide en blanco y negro que proyectaba su padre. Ahora, entre sorbos de cerveza, desesperanza callejera, sudor obrero e inagotable ilusión bética, cabalga con más fuerza que nunca en “Gran Poder”. Brillantes nueve balas que miran cara a cara la realidad y cierran la magnífica trilogía que comenzó en “Santa Leone” (12) y prosiguió con “He Matado al Ángel” (16). Andrés firma sus mejores y más combativas letras en el disco más rockero y social de Pájaro, compartiendo protagonismo a las seis cuerdas con su inseparable Raúl Fernández.
Doblan las campanas y la aventura comienza a golpe de corneta, cruzando un desierto anaranjado que se funde en el atardecer de un cielo crepuscular. Aires sureños y fronterizos en “Corre, Chacal, Corre”, instrumental que abre el telón y recrea, bajo un duelo de guitarras, un spaghetti western con sello propio. Surcos que sin tener pretensiones políticas, no olvidan la calle, recorriendo heridas sin cicatrizar de las dos Españas. “¿Dónde están esos callados, humillados por hablar, por decir que somos todos, no unos cuántos nada más? Mientras crecen en los campos flores de la libertad”. Homenaje a los vencidos que ya no están entre nosotros, dándole voz y luz a los rostros olvidados en las cunetas, con la brisa redentora de “Los Callados”, en la que colabora “el quinto Beatle” Julián Maeso.
El acto de fe pasional vence con el rock a fuego lento de “Rayo Mortal”, encendiendo la mecha de una explosiva “A Galopar” en la que despegamos los pies del suelo. Afilada y necesaria revisión en la que, sin perder un ápice de su esencia, Alberti y Paco Ibáñez cortan el viento a caballo de camino al lejano oeste, en busca de la esperanza perdida.
“Es justo sufrir tan sólo un momento, jugando hasta perder el conocimiento”. Recuperamos “el recuerdo del primer beso”, mientras llueven “Lágrimas de Plata” por tantos amigos que se llevo la heroína. Tras esquivar “la muerte en la calle desengaño”, volvemos a subir las revoluciones en el “El Tabernario”, rockabilly que huele a azufre y pantano, con el eco de Guadalupe Plata arañándonos en cada nota.
“Bailad, malditos, bailad hasta el final”, y eso hacemos en “Yo fui Johnny Thunders”, tema compuesto a partir de frases extraídas de la novela del mismo nombre, escrita por su amigo Carlos Zanón.
El sol se va y nos lamemos las quemaduras al son de los “Tangos del Mentidor”, donde tejen un rico manto sónico de cuerdas, sobre el que Andrés Herrera hace carne cada frase y crea imágenes que palpitan delante nuestra, como ese coche fúnebre, huérfano de flores y de llanto. Para terminar con “Migrar”, una sorprendente, delicada y luminosa versión del “Let’s go away for a while” de los Beach Boys, un hermanamiento más de guitarras que marcan un final inacabado y el principio de una nueva historia.
A este Pájaro libertario con espíritu de Llanero Solitario, ya no hay jaula que lo detenga.
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