Uno solo le puede desear lo mejor a este artista británico cuando escucha su inmenso y recién estrenado “Overgrown”, pero por lo visto, algunas desavenencias con la multinacional que lo ha publicado relacionadas con la promoción llevada a cabo han empezado a enturbiar lo que debía haber sido un camino de rosas hacia la consagración de este joven abanderado de la música de vanguardia con alma.
Centrándonos en lo musical, si su debut en formato largo de hace un par de años sirvió para encumbrarlo como uno de los artistas más interesantes de lo que llevamos de década, este nuevo álbum no hace más que consolidarlo. James Blake es un genio acorde con los tiempos que le ha tocado vivir, donde las etiquetas y los límites quedan difuminados. Por eso ha construido una serie de pasajes sonoros en los que se sirve de todo tipo de recursos sin importarle su procedencia: electrónica, piano clásico, soul… procurando estructuras audaces, ajenas a previsibles clichés, con lo cual consigue apresar la atención del oyente desde el segundo uno. Sería injusto destacar un tema por encima del resto, la obra es redonda de principio a fin. No es que Blake haya tocado el cielo, es que se ha instalado allí.
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