Hacía tiempo que no escuchaba de principio a fin un disco de este tipo de pop. Cuando hablo de “este tipo de pop” me refiero al pop mainstream ideal para radiofórmulas. El álbum debut de Emeli Sandé se abre con una tríada de temas pop bien facturado, con vozarrón incluido, gancho, melodías deliciosas y todas esas cosas que alzan a cantantes de estas características a la condición de diva. Lo malo es que luego viene el resto del disco: una maraña de baladitas ñoñas y mediocres que te dormirían aunque fueras hasta las cejas de speed. Que sí, que la tía transmite, que su voz va cargada de sentimiento y tal pascual, pero con un par de lentas ya habría suficiente. Y esto es algo que me sorprende de los artistas pop de consumo más popular: ¿cómo es que a estas alturas de la película no se han dado cuenta de que sus baladas son mayoritariamente colosales medianías? ¿Que la proporción para llegar a alguien de más de quince años tiene que ser de menos de un tres lentas por disco, a no ser que seas un maestro compositor de pop melódico y supures genialidad por todos tus poros? Y aquí la chica le pone ganas, pero se queda en poco más que eso. En eso y en cuatro temazos que, no obstante, ya has olvidado en cuanto acaba el disco. Recomendaciones para Emeli: dejarse de ñoñeces y dejar de imitar el peinado de Janelle Monáe, que las comparaciones son odiosas.
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