Cuesta recordar cuál fue la última buena noticia publicada sobre Ozzy Osbourne. Muy al contrario, las cancelaciones de tramos enteros de sus giras (como la bautizada con el delirante nombre No More Tours 2), ser diagnosticado con Parkinson entre otros problemas de salud y, para rematar, colaboraciones con raperos como Post Malone –que algunos de nosotros desearíamos que no se hubieran consumado jamás– han venido mermando la moral de las nutridas y diversas legiones de fans de nuestro entrañable y castigado Príncipe de las Tinieblas.
Así las cosas, ante el anuncio de un nuevo lanzamiento discográfico no cabía más que cruzar los dedos y esperar que Ozzy supiera rodearse de los cómplices idóneos, esos capaces de extraer de él los restos de sustancia nociva que todavía desprenden sus cuerdas vocales y que le ha convertido en único e inimitable desde sus tiempos al frente de Black Sabbath.
Escuchado por fin el álbum, los posibles malos presagios quedan disipados de inmediato. Cierto que sentar a los controles de la nave a Andrew Watt -el hombre detrás del ínclito Post Malone- era una decisión de alto riesgo; pero no parece menos verdad que el productor, lejos de buscar su lucimiento personal, ha puesto toda la maquinaria disponible al servicio de Osbourne y ha logrado potenciar el timbre característico de su voz, con el que ha impregnado todo el disco. En otras palabras, se ha limitado a hacer lo que debía y lo mejor que podía, dadas las limitaciones de edad (setenta y uno que, en su caso, equivalen a muchos más) y el extenso parte médico de Ozzy.
¿Y cuál ha sido esa maquinaria puesta al servicio de Ozzy? Pues, dicho en modo abstracto, un mix de baladas y medios tiempos con trasfondos algo tétricos, algunas capas de guitarras al gusto de su público más metalero en los temas más punzantes, guiños al pasado más clásico vía arranques con harmónica y letras entre explícitas y enigmáticas que especulan con un sabor a despedida que –imposible obviarlo– sobrevuela la mayoría de las canciones.
¿Y en modo concreto, con nombres y apellidos? Desde esta perspectiva, una banda base formada por Duff McKagan (Guns ‘N’ Roses), Chad Smith (Red Hot Chili Peppers) y el propio productor, Andrew Watt, más colaboraciones de peso a cargo de Slash, Elton John, Tom Morello y, de nuevo, Post Malone. En todos los casos -en línea con la ya comentado y sobre todo en el caso de Malone- se agradece que estas figuras de relumbrón se hayan puesto al servicio de Ozzy sin estridencias ni salidas de tono. Mención especial para John, a priori la menos obvia de las apariciones, ya que acaba encajando con naturalidad en el tema que da título al álbum, en contra de lo que quizá algunos hubieran pronosticado.
En definitiva, vuelve por fin la alegría al entorno Osbourne gracias a este Ordinary Man, un trabajo que si bien no puede auparse a la altura de lo más brillante de su carrera -eso sería pedir demasiado- sí pone fin a una década de silencio discográfico resaltando con nota las virtudes que todavía atesora nuestro Madman favorito. Nos dice Ozzy en una estrofa que no quiere morir siendo un hombre ordinario. A fe que lo ha conseguido. También con este álbum.
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