Zakk Wylde ha conseguido algo a lo que ya nos estamos muy acostumbrados en tiempos en lo que todo se ha vuelto más frío. Sin ser un músico que haya evolucionado en exceso, con un sonido propio pero que bebe directamente de grupos como Pantera y de su otrora jefe Ozzy Osbourne, Wylde ha logrado que con el paso de los años su base de fans sea cada vez más sólida y más entusiasta. Cada uno de uno de los movimientos artísticos del carismático guitarrista (y cantante) genera que haya un gran aluvión de elogios, y pobre de quién se atreva a decir una mala palabra de él. Su figura se ha agigantado aún más, y en su octavo disco en estudio Black Label Society continúan por el mismo camino que hasta ahora, con un sonido pétreo, una auténtica muralla de guitarras infranqueable (solamente se toma algún respiro en piezas como la semi acústica “Black Sunday” y en esa preciosidad llamada “Time Waits For No One”), con esos riffs característicos que ya son marca de la casa (demoledores en “Godspeed Hellbound”), una voz cada vez más robusta y unas canciones enérgicas que no dejan lugar a la improvisación. Si Black Label Society siguen así de inspirados, no cabe duda que su leyenda continuará creciendo.
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