Nunca seré un gran crítico musical, como Joan S. Luna o Edu Ponte. No estoy atento al mundo que me rodea. No me interesa lo suficiente el entorno cool-tural al que pertenezco. Desconozco las interioridades, relaciones y en ocasiones hasta las caras que hay tras de nombres actuales que algunos consideran inmortales. Por si fuera poco, hace años asumí que elaborar teorías complejas con una mente limitada es excesivo desgaste para un impacto que alcanzará cuando más a los lectores de esta revista, muchos de ellos tan escasos como yo. Aunque aún no sean conscientes. Justo por eso, o quizá sólo por eso, aún escucho discos como si hubieran surgido de la nada y apenas les antecediera el vacío. Y, confundido otra vez por mi propia simpleza, no me avergüenza contarle a Margo que no entiendo cómo estas cosas pueden conmover como lo hacen, golpear como lo hacen, sentirse del modo en que lo hacen, cuando nos tocamos tal y como lo hacemos. Que sólo rindan cuentas a Gram Parsons, que amplíen las cotas de “The Trinity Session”, que ella cante al fin como Natalie Merchant y que Jeff Tweedy, Kurt Wagner, Mark Olson y Will Oldham sean hijos ilegítimos de Margo y su hermano son matices para nota que dejo a Joan o Edu.
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