Crowded House pasaron a la historia como una de esas formaciones que nunca obtuvieron el reconocimiento merecido porque su folk-pop desangelado encajaba con demasiada facilidad en las radiofórmulas en una etapa en que la parroquia indie no perdonaba devaneos con el éxito masivo.
Sin embargo, nadie puede negar que Neil Finn le pasa la mano por la cara a más de un advenedizo encumbrado por la crítica especializada en lo que a composiciones emotivas se refiere. Dotado de una voz que atesora sensibilidad con una naturalidad aplastante y arropado por unas composiciones que hallan en la simplicidad su principal baluarte, el australiano defiende con la cabeza bien alta -en éste su segundo álbum en solitario- un cancionero digno de los mejores momentos perpetrados junto a su anterior combo. Doce cortes cuya aparente accesibilidad volverán a situar al bueno de Finn en el bando equivocado, acusado de repetirse más que el ajo y de convertirse en pasto de treintañeros acomodados, víctima de unos prejuicios que confunden el riesgo con los efectos especiales, y que impedirán a los más ofuscados disfrutar de unas melodías –el título del disco no está exento de cierta ironía- cuya credibilidad nunca ha estado en juego.
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