Solo son necesarios unos instantes de “Sigo sin saber” para que caigamos sin escapatoria posible en las misteriosas y magnéticas redes sonoras que tejen Ominira en “Egologías” (25), un segundo largo en el que suben la apuesta, pasando del Eco al Ego y viceversa, firmando un viaje introspectivo que se expande y zigzaguea entre ensoñaciones y pesadillas morfínicas y venenosas de la vida moderna. Ahondan en “la contradicción humana, la crisis climática y la relación entre identidad y entorno”, y es que “sigo sin saber dónde está el límite, / dónde poner la fe que me inventé… / Cuando más aprendo, menos sé”. Elegantes teclados sintetizados y cuidado autotune que funde en un personalísimo post-urban de atmósferas electrónicas y arabescas melodías; con extra de brisa fresca mediterránea y cierto pulso western a base de guitarras y líneas de bajo que, dibujando horizontes de dudas, nos hacen chocar con falsas “fronteras de piel” que solo podemos romper con el martillo que está incrustado en nuestro propio muro interior.
“Ya no sé si estas ideas son mías o son tuyas… / persiguiendo sueños que no existen, / perseguidos por pesadillas que si existen, / apretamos párpados y dientes…” y el trío barcelonés prosigue su hechizo de trip-hop, samples de naturaleza y psicodelia envolvente en esa encrucijada donde Massive Attack se van de rave gourmet con Khruangbin, Gorillaz y Califato ¾. De perdernos en el estrés del día a día de “Rápido”, con el vocalista árabe Dvir Cohen Eraki sumándose a la causa (colaboraciones todas de artistas pertenecientes a la comunidad Radi Solar), al fuego lento inicial de “Siempre que encuentro la manera de encontrarme, / me encuentro bien y olvido dónde la encontré”, acelerando el pulso y arañándonos por dentro, confrontando la dualidad humana, esa que nos hace amar la naturaleza y al mismo tiempo nos encadena a las paradojas sin respiro del mundo multipantallas que abrazamos y nos abrasa en una “Reencontrarme” que toma vuelo y no nos deja tocar el suelo. Heridas del devenir artificial de nuestros días en el que, si parpadeas más de la cuenta, te cosifican e insensibilizas hasta el infinito y más allá… Ese es el túnel previo de centrifugado emocional por el que pasamos en “Solo”, con Adala sumándose al cóctel molotov de hip-hop, trap y reggae, una balacera de alta carga poético filosófica, con ese mántrico y doloroso mal moderno: “¡Maldita realidad, vivimos solos!”, mientras un solo de guitarra trepa como una enredadera de neón en la oscuridad final. “Pa no sentirme solo vivo con un perro, / y hablo con las rosas, incluso con las cosas. / Pa no sentirme solo vivo con mi sombra, pensando en un recuerdo que no importa na… / Pa no sentirme solo creo que me amas… / y vivo ilusionado pa no vivir tan solo”.
Llegamos al ecuador con la hipnótica y laberíntica “1000 caras”, con los embriagadores ragas indios de Dyutidhara aportando un plus de espiritualidad y exotismo, seguida del vaivén reggae de “Undreground”, con Misha1dem sumándole mordida vocal al combate. Y regadas las raíces de los árboles con underground para intentar escapar de la “fuerza tecnológica que mueve la sociedad”, los latidos urbanos y el fraseo afilado marca de la casa no cesan y vuelven a la carga en los ritmos sinuosos de “Lo queremos todo”, poniéndonos frente al espejo una vez más y mostrando las poliédricas almas y voracidad insaciable de una humanidad rebosante de claroscuros, con una sesión de vientos que terminan por coronar otro tema complejo y ganador.
Recta final con las texturas electrónicas-espectrales de “Colibrí”, mientras otra guitarra con aroma a Anatolia a cámara lenta se funde con el aleteo tropical y vibrante que, aunque aún no los sabemos, está originando un huracán que nos arrastrara fuera de ese tablero de rica biodiversidad que estamos destruyendo a cada paso. Los samples selváticos siguen envolviéndonos y divisan tierra en “Verano Eterno”, empapado de electrónica minimalista, voces procesadas, un penetrante bajo que muestra el camino y resplandecientes explosiones de psicodelia y coloridos arabescos a las seis cuerdas eléctricas, desembocando en el broche final perfecto de esa continua contradicción que nos define en “No soy”, firmando otra de esas letras oníricas y liberadoras que dejan huella: “No soy bueno, no soy, / ni soy listo, no soy; / no soy lo que creo, / ni soy creyente, no soy… / No soy cobarde, no soy, / ni soy héroe, no soy…”. Bajo una mágica vorágine rítmica que nos arrastra mar adentro sin que nos demos cuenta, como un oleaje sónico que gana intensidad poco a poco y nos libera bajo una bola de espejos, con versos que parece haber escrito la propia naturaleza para hacernos despertar y vivir sin artificios, a corazón abierto. “Soy la calma que no crece, / los sonidos de una charca; / soy los huesos que me aguantan / y soy el lago en las membranas. / Soy las palmas de mi mano / encontrándose en tu espalda… / Soy 4.000 mil millones de años / en un respiro de la mañana. / Soy el universo entero proclamándose en un verso, / soy instinto, soy el miedo… / nada de esto, ¡yo qué sé!”
Conservando intacto su misticismo y tormenta de beats, los paisajes sonoros de Ominira ganan en oscuridad, misterio y expansiva introspección en este imprescindible viaje y suerte de rara avis discográfico, Egologías. Asómate al abismo de tu interior, respira hondo, salta a la selva que no ves al otro lado del espejo y sumérgete en esta decena de canciones, no te arrepentirás.
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