Caño roto y electrónica en vena, experimentación fresca y sin complejos, a tumba y corazón abierto. “Olajay” (23) es el título en caló (“maldición” en castellano) del debut de este tridente jerezano-sevillano con esencia flamenca y descarnadas pulsiones urbanas: los productores Manu Flores y Aytami (Jerez de La Frontera) y el lebrijano y camaleónico Quentin Gas. Combo creativo que abre heridas y baila sobre el mal de amores, a ritmo de rumbas sintetizadas que rozan por momentos la rave cañí más desenfrenada, con la emoción a flor de piel y el espíritu libre de Las Grecas y Los Chorbos bajo sus alas.
Así comienza este mal presagio, esta maldición, este “rezo a los tres infiernos”, este “yo siempre vuelvo a tu vera”, con “Hijos del Sol” y Quentin quemando las naves desde el primer quejío, poseído por Manzanita en este personalísimo homenaje a la clase trabajadora, a las raíces y a la tierra que pisaron los nuestros.
“Tú vas a terminar echando lágrimas de sangre, / que te lo han dao todo y tú no quieres a naide”. En “Satangos” perdemos el control, dejando que rezume ese lado oscuro, vengativo y venenoso que todos y todas llevamos dormido muy dentro, en mayor o menor medida, flotando en beat y ritmos orientales-electrónicos, con extra de jereles y fraseos urbanos: Eddie Coopermen (Space Surimi) in da house disparando rimas al aire una y otra vez. En “Divé” bajamos pulsaciones, pero no la intensidad ni la toxicidad de las letras, con Quentin enlazando versos a fuego lento y entrañas de par en par, al teclado y con regusto coplero, con alma de ranchera herida que ansía ojo por ojo, dolor y sufrimiento entre cristales y corazones rotos: “Quiero que llores y que dejes de reír, / quiero que sientas lo que me has hecho sufrir. / Si alguien te toca, que no pueda sentir, / y tus mentiras te persigan hasta el fin”.
“Las palabras atraviesan como balas”, pero “en esta oscura habitación nadie me puede herir”, así nos ponemos a refugio en “Búnker”, con Berna como nuevo invitado, conectando rimas que rezuman esa lucha que se cierne entre el silencio y la depresión, con pulso de hip-hop old school de raíces jondas. Y antes y durante, una guitarra zigzagueante y palmas a borbotones, mientras Quentin derrocha pellizco y sentimiento, flotando en esos hipnóticos mares electrónicos made in Sherry Fino, con ecos hermanos de Califato ¾.
El compás no decae en ningún momento y la electrónica más bailable y flamenca se funde en “Gitana”, cascada de caño roto que desemboca en “Tres infiernos”, otra de las pistas que mejor condensa la esencia de la obra: sones rumberos y electrónicos, con ritmos que van de la India a Turquía, mientras el vacío de la mitad ausente sigue supurando maldiciones “para no tener que verte la cara”.
Si antes nos fuimos a la Plazuela con nuestras “naikis” nuevas, ahora derretiremos sus suelas y sudaremos lisergia por cada poro de nuestra piel en medio de la pista con “Veleta”, un hit fulminante que se antoja bomba liberadora en directo, con un teclado absorbente y Quentin, una vez más, a corazón abierto, hasta que la montaña rusa llega a la cima y cae a un abismo sintetizado y multicolor; onírica espiral techno-disco-cañí de la que no queremos despertar bajo ningún concepto.
“Todo lo que viene se va” y los latidos aceleran, nadan mar adentro y se ahogan en la pérdida, en la oscuridad del recuerdo, de lo que fue y dejó de ser. Pero, esa reminiscencia araña y nunca muere, y seguimos su rastro entre neones, para terminar sudando en el laberíntico bucle enfermizo de una rave infinita. Dejamos atrás al minotauro y, como si fuera una caja de música, le damos cuerda al mal sueño de “Ya sé que me dio igual causarte todo este dolor”, nana espectral como disculpa y redención, delicada y desgarradora, con quejíos de rock andaluz que parten el cielo en dos.
Como epílogo y outro, alas ardiendo y aterrizaje forzoso en “Quisimos ser dioses”, último baile mortal empapado de arabescos flamenco-electrónicos y un pulso tecno futurista endiablado que, si durara pocos segundos más, muy posiblemente nos reventaría el pecho.
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