Hay resurrecciones gloriosas, reseteos que vuelven a dar la vida y tabulas rasas que procuran gozosas reinvenciones, y lo de la última encarnación de Okkervil River es una de ellas. Si Will Sheff ya firmó con el sobresaliente "Away" (2016) un disco inesperadamente sublime – justo cuando su banda estaba en coma casi irreversible – , con momentos de una serena y doliente emotividad que le acercaban a las mejores cotas de American Music Club, ahora firma el reverso luminoso de aquel. Lo hace con estas diez canciones – mezcladas por Shawn Everett, supervisor de algunas entregas de The War on Drugs, Grizzly Bear o Alabama Shakes – que se explican por sí mismas, viven en su propia esfera temporal y se dotan de sintetizadores, saxos, alguna guitarra eléctrica y coros de aliento místico para dar con su versión más jubilosa y directa.
Un fabuloso disco rebosante de esperanza y espiritualidad, que el propio Sheff achaca a las frecuentes reuniones que ha fraguado en los últimos tiempos con miembros la comunidad cuáquera (ojalá todas las somatizaciones de creencias religiosas deparasen este resultado), y del que ha formado parte la misma banda que se llevó de gira para presentar su anterior trabajo: el bajista Benjamin Lazar Davis, el guitarrista Will Graefe, la teclista Sarah Pedinotti y el batería Cully Symington. Si le echan un vistazo a la lista de spotify que el de Austin ha elaborado para plasmar sus fuentes de inspiración para este trabajo, lo entenderán todo a la primera: John Martyn, Leon Russell, Todd Rundgren, The Blue Nile o The Kinks. Quizá no aviste la cima de su predecesor, pero lo cierto es que sale más que airoso del envite.
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