Con cinco discos en seis años de meteórica y prolífica trayectoria en solitario, el músico originario de Texas se consagra como indiscutible. Metabolizando las enseñanzas de los grandes (Bob Dylan, Lou Reed, Leonard Cohen) como casi nadie, a sus treinta y un años parece ser de esos raros artistas tocados por los dioses.
Kevin Morby redobla su apuesta creativa con un doble conceptual, con el Todopoderoso en el punto de mira. No es que el artista sea un meapilas precisamente, pero, como no podía ser de otra manera con las referencias que maneja, la espiritualidad le atrae. Al igual que en su portada, Morby se desnuda y nos regala un álbum de una riqueza sutil que relativiza la producción de algunos de sus habitualmente celebrados colegas, en el que asimila con gran autoridad la inagotable tradición americana. Arranca con piano vintage, coros celestiales y saxofón: una delicia que se prolonga con el wurlitzer y las palmas del single "No Halo", con un tono ácido similar al de algunas últimas entregas de Damien Jurado.
Es arriesgado empezar tan arriba, pero los aciertos se suceden: en Nothing Sacred/All Things Wild se pone en la piel de un Lou Reed celestial; el rock de espíritu velvetiano y glam asoma en "OMG Rock and Roll". El festín continúa con el solo de guitarra de pura expresividad a lo Neil Young de Seven Devils, el ritmo honky tonk y la cadencia vocal dylaniana de "Hail Mary", los aires cincuenteros de "Congratulations", y canciones pletóricas como "I Want to Be Clean".
Morby conjura sus influencias, los espíritus clásicos, con pasmosa naturalidad y un ropaje musical sereno y sobrio, sin ahorrarse sorpresas como las arpas de la letanía de "Piss River "-los sutiles coros femeninos los habría firmado Cohen-, y letras salpicadas de humor e ingenio. Imposible acabar mejor que con la delicada maravilla de "O Behold". Asombra que un tipo que apenas supera los treinta haya alcanzado semejante sabiduría musical (o personal, que viene a ser lo mismo), pero lo realmente alucinante es pensar hasta dónde puede llegar.
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