Odio París

Aturdido por navajas que atraviesan mis oídos, melodías que ante el estupor de los efectos y los pedales consiguen flotar por la mente y letras que ante el estruendo inicial acaban sumergiéndose en susurros familiares, uno no sabe si lo que oye es la banda sonora del limbo o de un paraíso terrenal en el que la coraza del ruido no es tal. Odio París no sólo han conseguido firmar uno de los debuts estatales más laureados del año, sino volver a hacernos creer en la salvaguarda del pop como arma sonora, siempre y cuando los ingredientes de la receta estén medidamente equilibrados como en este caso. Los barceloneses miran desafiantes al desamor y la muerte puliendo los errores cometidos en aquella maqueta que ya nos hacía presagiar lo que tenemos entre las manos. Aunque tengan que sobrellevar las comparaciones con tótems de la ensoñación shoegaze como My Bloody Valentine o The Pains Of Being Pure At Heart (estos últimos, a diferencia de nuestros protagonistas, siempre han querido reflectarse en el caleidoscopio del indie-rock británico), Odio París han conseguido lo imposible: que uno tenga la necesidad de oírles en bucle sin cansarse. Lo difícil es quedarse con sólo algunos de sus temas, ya que desde que “Cuando nadie pone un disco” despega no hay marcha atrás. Tanto bajo el umbral garagero (“Infierno”) como elevando premeditadamente las pistas vocales (“Don de Traci”), son igual de disfrutables. Nos encontramos ante uno de los álbumes patrios más redondos de los últimos años. Y lo mejor es que esto no ha hecho más que empezar.