¿Se pueden usar instrumentos tradicionales como el banjo o el violín y acercarse al folk con una visión post-moderna y no morir en el intento?. Se puede y Odetta Hartman lo demuestra con creces en este segundo largo que me ha dejado francamente sorprendido. Tan pleno de felicidad como en su día me dejaron otras voces femeninas tan rotundas como las de Marissa Nadler o Alela Diane con las que podríamos tejer puentes. Pero no voy a entrar en el juego de las comparaciones, ya que si hay algo que rezuma este “Old Rockhounds Never Die” es personalidad propia, Tanta que es difícil destacar una canción por encima de otras ya que, en el fondo, es una de esas obras indivisible que debe ser escuchada por riguroso orden y de principio a fin. Además tienen la cualidad de no agotar al oyente ya que la mayoría de las canciones son cortas, concisas, rotundas y muy variadas.
Odetta Hartman va al grano con la habilidad que te da el saber muy bien hacia donde quieres dirigirte. Y lo hace ella sola con la única colaboración de su pareja Jack Inslee que se encarga de dotarle el toque de post-modernidad y experimentación a sus tonadas con la incorporación de un buen número de efectos electrónicos que siempre juegan a favor de la canción. Hablamos del chasquido del látigo en la cautivadora “Cowboy Song”, pero también de los disparos y el crescendo electrónico de “Misery”, una de las baladas más desgarradoras que he escuchado en mucho tiempo, y en la que Odetta demuestra sus excelentes dotes vocales y su capacidad para interpretar y no solo cantar sus temas. Y este es otro de lo puntos fuertes de este disco: la veracidad y desgarradora seguridad con la que Odetta Hartman despliega unas canciones que, pese a tener un más que evidente punto de apoyo en la tradición, no suenan para nada añejas.
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