El proceso de creación puede resultar muy caprichoso. Puede esconder paradojas, como la de realizar tu mejor trabajo, justo cuando te planteas abandonarlo todo, porque el hastío y la falta de apoyo te rodea. Eso es precisamente lo que le ha sucedido a la cantautora Joy Oladokum con este magnífico “Observations From a Crowded Room”. Un disco en el que la artista afincada desde hace ocho años en Nashville, ha dejado plasmado su enfado con el mundo en general, su país y su ciudad en particular. Una nación en la que los supremacistas blancos campan cada día más a sus anchas, organizándose sin ningún reparo mientras la comunidad afroamericana y queer, a la que pertenece nuestra protagonista, queda arrinconada y señalada. Algo estamos haciendo rematadamente mal para que algo así suceda. Y fruto de esa reflexión surge este álbum.
Joy Oladokum no es una recién llegada, ni tampoco una novata que vayamos a descubrir en la actualidad. De hecho este disco es el cuarto de su carrera y, como músico, tiene suficientes muestras de talento en canciones de inspiración folk-soul con un gancho melódico pop muy potente, como para haber despertado mucho mas interés del mostrado por todo el mundo. Solo hay que escuchar temas de discos anteriores como la delicada “Sweet Symphony” junto a Chris Stapleton o la emocionante “i see america” para encontrarse con una artista de raza capaz de tejer melodías memorables con estribillos de esos que perduran en tu cerebro. Sin embargo, hay algo en este “Observations From a Crowded Room” que Joy no había mostrado con anterioridad de forma tan rotunda. No había sido capaz de tejer un envoltorio tan unitario que hace que este se convierta en su álbum más completo y homogéneo. Si en discos como “Proof Of Life” (23) o “in defense of my own happpines” (21) unos temas destacaban mucho sobre el resto, en este trabajo ha sabido desplegar un hilo conductor que logra que deba ser disfrutado en su totalidad, sin desgajes.
Cuenta la propia Joy Oladokum que el punto de partida de este trabajo fue su canción de apertura. Una “Letter From A A Blackbird” que compuso en pleno subidón de hongos tras finalizar una gira agotadora a lo largo y ancho de su país. Un tema que recuerda a Bon Iver por el uso que hace del vocoder a la hora de doblar su propia voz y por la desnudez instrumental, pincelada por una electrónica sutil sobre la que entona frases como “These days I sure regret how much of me that I have given/ I feel my patience running out, I hear the water sing to me”. Una paciencia que se agota al comprobar que, pese a los esfuerzos, su voz queda sepultada en el inmenso devenir del alud de música que nos asola. Una voz que parece interesar solo a un minoría.
A partir de aquí la cantautora se hace muchas preguntas. Unas tan aparentemente simples como ¿por qué me parece que soy la única a la que le preocupa que todo se hunda a nuestro alrededor? (‘Am I’). Aunque, a diferencia de sus anteriores discos, en esta ocasión se ha dejado envolver por una capa de beats electrónicos que favorecen y realzan su voz y su mensaje. Así en “Strong Ones” se plantea: “If wearing the crown is worth the arthritis, I’m too young to feel this old”. Un sentimiento, este de sentirse viejo siendo tan joven, que pone sobre la mesa una sensación que, cualquiera mínimamene reflexivo con toda la mierda que nos rodea, puede llegar a compartir. Desazón moral que ni las drogas logra mitigar, tal y como canta de forma explícita en “Drugs” (“What happened to the good old days?, Where you could take a hit of that good shit, And feel your troubles fade away”).
Queda claro, por tanto, que este “Observations From a Crowded Room” es un disco muy personal en el que la artista ha volcado toda ese desencanto espiritual con el mundo actual en el que los conflictos bélicos y las injusticias, lejos de remitir, crecen día a día. Pero el disco también depara momentos instruméntales magníficos. Temas como ese bello espiritual de tintes psicodélicos titulado “No Country” en el que Joy lanza sus lamentos anti-belicistas al universo, sin obtener ninguna respuesta a cambio. Aunque también hay canciones como “flowers” que muestran a la Joy Oladokum más clásica. La de toda la vida. La que es capaz de defender una canción solo con su guitarra para, a continuación, abordar un tema de flamante folk-pop como “Dust/Divinity” o ponerse muy intensa, como si de una Tracy Chapman actualizada se tratara, en ese sutil y emocionante crescendo que realiza en “Hollywood” apuntalado por el rapeado de Chris Brown.
Como decíamos al principio, Joy Oladokum ha realizado el mejor de sus discos hasta la fecha. Y lo ha hecho tanto por la solidez homogénea de sus doce temas (más tres observaciones) como por enfrentarse, con ese lamento milenario fruto de su raza y su militancia queer, a todos los males que nos asoman, pero nombrando a las cosas por su nombre. Sin abusar de las metáforas que nos despisten de lo que realmente es necesario, y anhelando un imperativo moral que proteja a la gente del daño que sufre en un mundo cada vez más fracturado.
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