Hace veinticinco años que Oasis dejaron una fecha para la historia de la música moderna. Fue los días 10 y 11 de agosto de 1996, cuando la banda, en pleno éxtasis, actuó en el parque Knebworth de Hertfordshire durante dos noches seguidas para un total de 250.000 afortunados. El evento pasó a considerarse el último gran concierto de esa era previa a que Internet cambiase el negocio de la música para siempre, batiendo récords de asistencia y quedando como uno de los hitos indiscutibles de los mancunianos. Coincidiendo con tan señalado aniversario ve la luz el documento ‘Knebworth 1996’ (Big Brother, 21), en diferentes formatos de vídeo y audio (incluso ha aparecido un libro de fotografías de Jill Furmanovsky) que dan continuidad a la película documental de Jake Scott estrenada en cines hace unos meses.
El lanzamiento en cuestión presenta a un grupo en pleno apogeo, no solo de popularidad (se estima que el dos por ciento de la población británica intentó conseguir entrada para el asunto), sino también en cuanto a creatividad y solvencia escénica. En realidad, los hermanos Gallagher y compañía no habían inventado absolutamente nada, pero a cambio habían asimilado, actualizado y plasmado como pocos la herencia de las grandes bandas del pop/rock británico, en unas canciones espléndidas que lucían orgullosas y sin disimulo las influencias de The Beatles, The Jam, The Rolling Stones o The Who. El quinteto contaba entonces en su haber con dos discos monumentales como ‘Definitely Maybe’ (Sony, 94) y ‘(What's The Story) Morning Glory?' (Sony, 95), a los que sumar no pocas caras B procedentes de singles y convertidas también en himnos, disponiendo así de un jugoso catálogo entre el que seleccionar repertorio.
Un temario concretado en la figura de Liam Gallagher, frontman salvajemente carismático y capaz de trasladar aquella marcada pose de chulería de clase obrera a su interpretación vocal, mostrándose aquí eufórico tanto en actitud como en la propia ejecución. Es parte de la emotiva intensidad que transmite ‘Knebworth 1996’ (Big Brother, 21), grabación que destila realismo –cualquiera que viese a la banda en esa época o escuchase uno de los piratas que rulaban en CD a mediados de los noventa reconocerá el característico sonido de Oasis al instante– y que afortunadamente no ha sucumbido a excelsas labores de posproducción. La referencia alterna tomas de ambos días, hasta sumar un total de veinte canciones que suponen un brillante viaje nostálgico hacia los días dorados del combo, con la formación original del grupo a excepción del batería Alan White que ya había sustituido al defenestrado Tony McCarroll.
Un trazado que incluye destacadísimas piezas del debut como “Supersonic”, “Slide Away”, “Cigerettes & Alcohol”, “Columbia” o “Live Forever” con otras de la que fuese su continuación, entre las que destacan “Morning Glory”, “Some Might Say”, “Champagne Supernova”, “Hello”, “Cast No Shadow” o las inexcusables “Wonderwall”, “Roll With It” y “Don´t Look Back In Anger”. Un repertorio glorioso que se completa con material no menos celebrado procedente de singles como “Whatever”, “Acquiesce”, la optimista “Round Are Way” y “The Masterplan”, además de dos composiciones por entonces inéditas y que después formarían parte de ‘Be Here Now’ (Big Borther, 97) concretadas en “It’s Gettin’ Better (Man!!)” y “My Big Mouth”. El concierto se cierra, tal y como era habitual, con ese épico final en forma de psicodélica y acelerada versión del “I’m The Warlus” de The Beatles, con el que también rendían tributo a la que fuese su principal fuente de inspiración.
‘Knebworth 1996’ (Big Brother, 21) es, sencillamente, un documento impagable –bíblico, que diría el propio Liam– para cualquier fanático de los británicos, sobre todo para aquellos que en 1996 eran acérrimos seguidores de los de Manchester. Una grabación espléndida que demuestra (por enésima vez) que la grandeza de Oasis no estuvo en su originalidad (algo que nunca pretendieron e incluso declinaron perseguir) sino en la propia fuerza de unas canciones que conectaron en vertical con el público. Un grupo brabucón que, en su momento álgido, blandía estatus en directo, movido por su propia confianza y la convicción de que sin duda eran el mejor grupo del mundo. Y resulta que, atendiendo al contenido del presente lanzamiento, los Gallagher bien podrían haber estado en lo cierto si hablamos de rock noventero de trazo clásico.
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