“Visions”, noveno álbum de estudio de Norah Jones es, en cierta medida, un disco de manual. El típico trabajo de una artista madura (44 años) con una vida familiar plácida y que anda ya un poco de vuelta de todo. Sin presiones. Un disco creado a partir del respaldo del productor y multi-instrumentista Leon Michels (The Dap-Kings, Lee Fields & The Expressions) con el que la hija de Ravi Shankar ha tramado doce resultonas canciones que entran a la primera, y que juegan con lenguajes musicales comunes, de aroma clásico, que van del blues al gospel pasando por el soft-funk y la balada, pero con un barniz pop muy elegante, incluso aséptico, que funciona como un bálsamo sonoro muy eficaz.
“Visions” es, en definitiva, un disco perpetrado para ser interpretado en teatros en los que, como afirmó Lennon, la gente no aplaude, agitan sus joyas. Aunque eso no impida que atesore momentos de gran belleza, sustentados en la sedosa voz de Norah Jones y un elegante piano que pone el contrapunto perfecto a la hora de crear esa atmósfera de bar elegante donde el whisky barato no tiene cabida. Todo muy cool. Solo hay que dejarse balancear por el sedoso jazz vocal de “All This Time”, la pizpireta elegancia de “Staring At The Wall” o “Paradise”, el toque crepuscular de “Visions”, capaz de sumirte en esa duermevela en la que se inspira el álbum, la tierna balada pop titulada “I Just Wanna Dance”, que encajaría a la perfección en el set-list de los Bee Gees más románticos, y así podríamos seguir hasta el final.
“Visions” es un álbum que no va a provocar adhesiones incondicionales y que, posiblemente, no será recordado dentro de unas cuantas semanas, pero que al menos parece realizado con la honestidad de una artesana que hace mucho tiempo perdió el calor de los focos, y se permite el lujo de crear pensando más en sí misma y no hacer lo que esperan los demás. Un disco con una sedosidad sonora impecable que no cambia nada ni lo pretende. Puro relax ajeno a su tiempo.
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