Si te faltaba algo para que Los Nastys te convencieran al cien por cien, lo encontrarás aquí. Su propuesta suena mas seria que nunca, y decimos seria en el buen sentido porque siguen estando guiados por la entrepierna y la total ausencia de complejos, pero ahora los esqueletos de sus canciones están más trabajados, evidencian un impulso creativo mucho más audaz y ambicioso, con puentes que evitan las estructuras de perogrullo y adornan lo justo para ofrecer ese salto cualitativo que despierte esa cuota de interés que antes quizá no lograban provocar en el oyente exigente. Resumiendo, este debut en largo es mejor que sus dos EP’s anteriores, mucho mejor. El cuarteto madrileño puede estar orgulloso, además, de haber sabido conservar la frescura, el espíritu alegre a pesar de las penurias financieras, personales y tóxicas (éstas por fuerza) que acompañan a toda banda que se mantiene en la lucha diaria sin valerse de hypes blandurrios en esencia.
El disco arranca con “Never digas never”, una de esas canciones que saben capturar un momento de forma que cuando se reescuchan en décadas, te sumergen en todo un viajazo nostálgico. Si hubiera que ponerle una banda sonora a un vídeo que recogiera lo que ha pasado en Madrid estos últimos cinco años ésta sería la ideal, también porque su título es una perfecta alegoría de lo lejos que ha llegado una escena a la que algunos vaticinaban una cortísima vida. “No hay amor en las calles” impresiona por el creciente protagonismo de la guitarra principal, elegante, nada facilona, dando con las notas justas para dejarte completamente enganchado, y preparando el terreno para un brutal trallazo final que en directo solo podrán aguantar los más duros de la primera fila. Atención a “Olrait!”, porque es uno de los mejores temas que hayan surgido del garaje de nuevo cuño esta década. La combinación del rasgado de la rítmica, los golpeos de caja y esa guitarra de sonido casi "organístico" con el fantástico estribillo y sus coros, produce el efecto mágico de los hits instantáneos. El manto musical tiene enjundia incluso cuando se ponen hooligans (“Baby”), y hay momentos en los que cuesta creer que se trate de los mismos Nastys de “Jagermeister”. Por ejemplo, si escuchas el poderío que exhibe el principio de la siniestra “Haçienda” no adivinas que son ellos ni de coña: suena a un cruce histérico entre Cosmonauts y Triángulo de Amor Bizarro. Las sorpresas continúan con los ramalazos a lo Thee Oh Sees en los delays de “Siguiendo al coyote”, en la distorsión abrumadora que roza lo épico de “Parlamento elegante”, y también en “El sanguinariamiento”, un denso mantra que ahonda en la línea de diabluras mid-tempo que ya apuntaron en “Okinawa olvídate de mí”. Incluso temas tan estándar como “Encantamiento bajo el mar” o “Tigre Adolescente” funcionan a todo tren, empujados por un ímpetu ya muy curtido.
Dejan para el final la canción más arriesgada para el canon Nasty, que tiene un título de evocación maquetera: “La lenta”. Y ojo, porque además de a sus fans, gustará a los de Oasis. Otra muestra de que han evolucionado sin perderse por el camino, sin diluirse. Aquí hay un puñetazo en la mesa del garaje madrileño, amigos.
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