Siempre en el filo de la navaja como trampolín que pide a gritos y silencios un nuevo salto al abismo artístico. Un bucle efervescente que empuja al continuo movimiento y a mudar pieles sin excesivas pausas o largos parpadeos. Ahí encontraremos siempre a Niño de Elche… Bueno, lo encontraremos durante un instante o temporada indeterminada, ya que esa voraz búsqueda de crear nuevas realidades lo arrastra a vivir en una huida continua de todo encasillamiento, de toda definición que ancle y mutile las complejidades en las que orbita, libre, la práctica artística. Y a ese despegar(se) del suelo y de sí mismo, incómodo y excitante a la vez, intentan acercarse nuestros oídos en "La Exclusión" (21).
Un viaje complejo y conceptual dividido en cuatro bloques bien marcados, donde la melodía del canto apenas respira y la voz de Paco es una idea más, un sonido que habita en cada espacio y se transforma interactuando con otros sonidos. Así recorremos un laberinto brumoso de claroscuros donde las atmósferas espectrales se entrecruzan con grabaciones de campo, coros, spoken word, noise, música antigua, industrial o densa y envolvente electrónica. Un ejercicio visceral y calculado que seguro alcanzará su éxtasis experimental extremo en directo.
La Exclusión como mal contemporáneo y concepto central sobre el que orbita esta obra experimental, parte del libro "Pensar y no caer" (16) de Ramón Andrés (flamante Premio Nacional de Ensayo 2021 por Filosofía y consuelo de la música), autor con el que Niño de Elche ha formado tándem y creado el ideario poético que recorre cada uno de los cuatro cortes. En palabras del propio Ramón Andrés: “Pensar y no caer significa pensar y no cejar, perseverar en la pregunta, no consolidarse, no quedarse ahí, no abonar lo estático, no poner el oído a la tonalidad de la complacencia, no darse por concluido, porque nunca se llega a ser”.
En el sonido y profundidad de cada pieza, cercana cada una de ellas a los 20 minutos, el multidisciplinar, interdisciplinar e indisciplinar creador ilicitano, ha colaborado con el productor Xabier Erkizia, con quien ya trabajó en la instalación sonora "La pena y el alivio" (21), en Tabakalera de San Sebastián.
Partimos sin alas ni red, adentrándonos en la relación entre animalidad y humanidad de “Animal-Humano”, donde el lenguaje y los sonidos avanzan como una húmeda bruma oscura que te cala y paraliza en pocos minutos. El ritual se va haciendo carne y locura, con Francisco Contreras como sacerdote que, sin perder un ápice de espiritualidad, rezuma azufre en una santa misa que se convierte en Fiesta del asno. A la lectura de un fragmento de “El libro de los seres imaginarios” de Borges, donde recuperamos un poco el aliento, le sigue nuestra caída libre en un pozo de efectos vocales, gritos y susurros, con omnipresentes rebuznos de burros flotando en un inquietante underground minimalista que le haría la boca agua a gente como Steve Reich, John Cage o Philip Glass.
“Aquí está tu corona” y el ex flamenco más jondo derrocha poderío en “El Cuerpo”, con su voz ronca vibrando a capella, rasgando silencios y reverberando bajo lo que podría ser una cúpula de iglesia que celebra el rito funerario del último ser en la Tierra. De la enfermedad, a la eternidad, pasando por el dolor y una sacralidad que crece entre arreglos de cuerdas, música de cámara y un cántico acompañado de coros que mueren tras el repique frío de una campana.
“Europa” suda veneno y sangre, ideologías, totalitarismos, guerras, crisis de identidad, sobredosis industrial y económica… Del escalofriante inicio de cuerdas, con Bartok y Ligeti en el aire, a un crescendo continuo de ruidismo que explota una y otra vez, creando una especie de Guernica sonoro que duele y deja quemaduras y cicatrices en cada embestida. En vivo se antoja una bomba sónica de la que solo se podrá salir con vida, si se usan tapones que aminoren la rabiosa metralla de decibelios.
“En la manga de un viejo la ceniza apagada / es cuanto sobrevive de la rosa quemada. / Polvo que en aire flota suspendido, marca el lugar donde una historia ha sido...”. El final de los finales con “Muerte-Nada”, adentrándonos a un luminoso y palpitante silencio místico (tras caminar por un enjambre de distorsión) del que no volveremos, de la mano de un ramillete de versos lapidarios de “East Coker”, el segundo poema de los “Cuatro cuartetos” de TS Eliot.
Me perdí el estreno de "La Exclusión" en sus tres exitosas noches en Condeduque (Madrid), pero saltaré con Paco en el próximo tren que pase y seguiré, una vez más, esa frase fugaz de Ramón Andrés: “No tener reparo en hacer estallar la burbuja que nos ha envuelto en la asepsia”.
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