Flamenco. Mausoleo de celebración, amor y muerte
DiscosNiño De Elche

Flamenco. Mausoleo de celebración, amor y muerte

9 / 10
David Pérez — 24-11-2022
Empresa — Sony Music
Género — Flamenco

Sabemos de dónde vienen, pero nunca sabremos a dónde irán. Ese es el latido creador por el que bate las alas todo artista verdadero. En ese desplazamiento continuo y valiente vulnerabilidad de abrirse en canal en cada nuevo movimiento, ahí, momentáneamente ahí, volvemos a encontrar a Niño de Elche, y esta vez, dando más rienda suelta que nunca a ese amor y odio que le hierve por la sangre y brota como una primavera de fuego por su boca. Un reencontrarse a sí mismo abrazando las formas más radicales del flamenco, esas que siempre le gustaron y acompañan, a veces como sombra, a veces como luz, y que, ahora, renacen en cada quejío a lo largo de “14 cantes, 14 cortes, 14 heridas, 14 llaves, 14 formas de celebrar el amor y la muerte”.

Pues sí, estamos de celebración, Niño de Elche, de la mano de Raül Refree (a la magnífica producción minimalista y mar de guitarras ásperas y crudas marca de la casa), más póquer estelar bajo la manga de compañeros proscritos con los que comparte ese entender el arte sin ataduras ni límites, nos regala: “Flamenco. Mausoleo de celebración, amor y muerte”, uno de los discos del año y (le escueza a quien le escueza), desde ya, obra referente y una de las cumbres flamencas de la última década. ¿Por qué? Porque desde los márgenes, desde la distancia reflexiva de un proclamado ex flamenco, ha profanado tumbas, escarbando la tierra con sus propias manos, en busca de las estructuras y formas más elementales y esenciales de lo jondo, filtrándolas por los poros de su piel y dejando que el sentimiento florezca, y de ahí, a corazón abierto, se desborden estos catorce cantes.

Con el archivo poético popular del flamenco como cimiento para construir estas composiciones, recorremos elementos complejos y diferentes que vertebran parte de la práctica artístico-vital del flamenco. Brisa de guadañas y crisantemos que extiende su resplandeciente negritud y aroma por cada pista, entrecruzándose momentos de celebración, amor y muerte… la vida. Del lamento doloroso de una pérdida, a las heridas incicatrizables del desamor, pasando por el calor febril y pasional de las fiestas.

En ese querer ampliar el campo estético del flamenco, Niño de Elche también ha colaborado con el artista malagueño Ernesto Artillo, ocupándose de la dirección de arte, con una sugerente foto de portada en la que resaltan elementos claves en la figura icónica del cantaor: como la pose de modelo, el traje, la silla o esa llave de oro que salvaguarda los secretos del flamenco.

Comenzamos el viaje a tumba abierta con “Plañideras”, una llamada a la muerte que es puro desgarro y llanto por seguiriya, con una Angélica Liddell a la que, como decía La Piriñaca, la boca le sabe a sangre. Nos corta la respiración en poco más de un minuto, dejando que su camaleónica alma punk llore, poseída por el espíritu del Manuel Agujetas más descarnado.

“Como doblaron las campanas…” y Niño de Elche eriza la piel hasta de los muertos con la doliente y sentida “Seguiriya madre”. Quejíos a fuego lento que crujen como la leña en la candela, con la genuina guitarra punzante de Raül y, tras ese terrible doblar de campanas “por la mare de mi alma y de mi corazón”, justo en esa última palabra que late en la garganta de Francisco Contreras Molina, entra Rosalía como un huracán flamenco que renace del más puro amor, entre palmas y las cuerdas flamenco-punk de Refree. Y de estas dos voces dijeron, miles de veces, que habían asesinado al flamenco… Más jondura y belleza compartida en esta “Seguiriya madre” y revientan.

Flotamos en la “Bamberas del enamorado”, donde el amor no correspondido se mece en una cadencia hermosísima, con ecos al “Lamento della ninfa” de Monteverdi y la música de Barbara Strozzi, entre súplicas que se desangran de dolor: “Quiéreme, quiéreme, quiéreme como te quiero”. Los males del querer prosiguen, pero se tornan pura luz con la guitarra de Yerai Cortés al mando, en el popular tango argentino “Canto por no llorar”. Inspirada en la versión que hizo Manuel Vallejo, a ritmo de bulerías, repleta de colores, dolores y matices, Paco arranca las penas del pecho con su canto.

Por alboreá nos iríamos de boda gitana, pero en este trabajo, partiendo de lo elemental, todo tiene una profundidad y complejidad mayor. Las guitarras estridentes de Raül comienzan a arañarnos por dentro y somos partícipes de una trágica y emotiva boda por “articulo mortis”. Los ritmos fúnebres de la guitarra de Refree se extienden como enredaderas alrededor de la voz de Niño de Elche, solemne y rota de sentimiento en las cimas, hasta que las palmas entran y “los convidaos rompen a llorar y con alegría cantan la alboreá”. Uno de los temas que mejor aúna el espíritu sonoro de celebración, amor y muerte de la obra.

Las huellas de los tormentos de amores que se fueron y deseos no colmados por “Alegrías y flores”, con palmas y una guitarra cálida por momentos, para volver de nuevo al “Lamento” y enjambre de cuerdas cortantes y nerviosas, arremolinándose y fundiéndose en ese final de “si será grande tu pena, que está rompiendo a bailar”.

Como decía el poeta, “yo nací para eso, nací para robar rosas de las avenidas de la muerte”. Por esas avenidas, sentidas y profundas, prosiguen los cantes, en cada quejío y descarnada guitarra. De los oscuros rasgueos semana santeros en “Saeta gitana entre dos hombres”, a los ritmos más juguetones, por momentos, de ida y vuelta en la preciosa “Guajira del alma”, con Niño de Elche queriendo más allá de la muerte.

Si ya nos conquistó con la farruca que grabó, también junto a Refree en su “Antología del cante Flamenco heterodoxo” (18), la espectacular “La Farruca de Juli Vallmitjana”, ahora vuelve a demostrar que este cante lo domina como pocos, rebosante de nuevo de poderío y sensibilidad en “Farruca amarga”. Niño de Elche nos pellizca con cada lágrima y desgarro de voz, haciendo suyo y nuestro el desconsuelo de esa farruca que llora tras la pérdida de su mitad; mientras, Raül, parece acompañarlo con un pacto de azufre a las cuerdas, para conseguir que el farruco vuelva a respirar junto a su amada.

“Era tan grande mi sufrir, que a voces llamaba a la muerte”, y el taconeo de esa hermana de sangre artística, Rocío Molina, comienza a bailar con su voz y mira a la parca a los ojos, sumándose de nuevo la guitarra resplandeciente de Yerai Cortés. Esta soleá es un escándalo. Arte por los cuatro costaos. Más de un crítico bilioso de otro tiempo, se caerá de la cama cada vez que suene este tema, donde Rocío baila como si fuera la última noche en la Tierra y Paco canta a morir.

Nos vamos poco a poco por fiestas, primero con unas sevillanas a cámara lenta, “preguntando, de sepulcro en sepulcro, si se enterró a algún hombre que murió amando…”, una “Sevillanas de los tres” que coge velocidad y alegría en su parte final, entre palmas y penas compartidas. Para rematarnos, antes de que llegue el día, con “Fiesta Jiliana” y ese “te llevo en el alma” (penas y alegrías) infinito, del que no podemos ni queremos escapar.

Cierra este imprescindible “Flamenco. Mausoleo de celebración, amor y muerte” por fandangos: “Muerto tengo el corazón / desde que moriste tú, / muerto tengo el corazón, / estoy de noche y de día / llorando al pie de una cruz, / con la esperanza perdía…”. Esperanza perdida que hiela de amor el alma y sobrecoge en este “El último fandango” templado desde las entrañas. Inspirado en el fandango que grabó Manolo Caracol antes de morir, con Niño de Elche degustando cada doliente verso, bajo un sentir reposado en carne viva, que hiere y sana al mismo tiempo. “Buena te pusieras tú / con la sangre de mis venas, / buena te pusieras tú, / yo mi sangre te la diera, / si tú tuvieras salud, / y aunque después me muriera”. Si “el flamenco ha muerto”, ha renacido, en toda su radicalidad, en cada una de estas catorce canciones.

 

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