Los días mundiales acostumbran a ser una excusa que nos hemos inventado para tener la mente tranquila el resto del año. Es más fácil prestar atención a una causa en una sola fecha que ocuparnos de ella de forma constante. Afortunadamente, de vez en cuando los hay que regalan algo más que empachos de solidaridad en uno de esos días. El último de ellos ha sido Nils Frahm.
El alemán ha aprovechado el Día Mundial del Piano, sin ser cenizo, una fecha que cuando él muera podrá llevar perfectísimamente su nombre, para publicar de imprevisto un nuevo largo, “Empty”. Un guiño hacia el instrumento que le ha erigido como uno de los autores de clásica contemporánea y experimental más importantes de su generación. Una particular forma de –como él mismo ha dicho– “celebración”.
El disco, pese a que fue compuesto antes de “Screws” (12), originalmente para un filme junto a Benoit Toulemonde, y que coincide con el momento en que Frahm se rompió un dedo, sigue la estela de “All Encores” (19): muchos espacios en blanco, notas justas. Con una ligera bajada de intensidad respecto a su antecesor.
En conclusión, el músico sigue publicando las vías más calmas de su repertorio. Sólo algún timbre más colorido en “No Step On Wing” devuelve la luz a un álbum que, por lo general, vive en la introspección. Tonos invernales para un momento de transición del alemán, cuando sufrió la lesión. Una transición creativa e inteligente, eso sí: incluso el crepitar de la microfonía sirve de hilo musical cavernoso.
“Empty”, como paradoja a su propio título, se cierra con teclados y melotron ligeramente excitados. “Black Motes”, se llama el track. Sorna berlinesa. Tal vez Frahm esté dejando caer que el caudal de próximas entregas puede volver al ancho de “All Melody” (18). Tal vez sea la brizna de esperanza que sentía en su recuperación. Tal vez no hagan falta días mundiales para tener nuevas noticias, y pronto, de la eminencia alemana.
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