Como solo los grandes de verdad saben lograr, Nick Cave es capaz de defender prácticamente el mismo repertorio en tres versiones distintas en menos de un año, saliendo igual de aplastantemente victorioso en cualquiera de las tres. Comenzó el año en clave grandilocuente, con exuberancia orquestal y coros infantiles secundando la maniobra. Continuó directo a la yugular, acerando el filo de sus salmos (de ahora y de ayer) en conciertos tan intimidantes como el que se marcó en el Primavera Sound.
Y entre medias, aún tuvo tiempo de desempolvar su vis más insinuante, mullida y austera en directos como este: mutando la ira de “The Mercy Seat” en satén, iluminando rincones aún sombríos de algunas de sus tradicionales baladas mortuorias y desvelando la hipnosis, en todo su esplendor, que entrañan algunas de las letanías de un último álbum que todavía algunos se empeñan en discutir (“Higgs Boson Blues”, “Push The Sky Away”). Y aunque podría cuestionarse la necesidad de un cuarto directo, el veredicto es claro: magistral, como casi siempre.
Pero qué grande es este tío. Tras la muerte de Reed, Quién queda de los AUTÉNTICAMENTE GRANDES? Van Morrison, este y...?