El cerrojazo doméstico al que nos hemos visto todos sometidos, en menor o mayor medida, durante 2020 y parte de lo que llevamos de 2021, ha procurado alianzas mínimas, forjadas en petit comité. Nick Cave solo había dado señales de vida – discográficamente, se entiende – cuando el 23 de julio pasado emitió en streaming aquel concierto en el Alexandra Palace londinense, más solo que la una. Pero "Idiot Prayer. Nick Cave Alone at Alexandra Palace" (2020) no vio la luz en disco hasta noviembre. Ahora, a falta de unos Bad Seeds reformados para la ocasión, suma esfuerzos junto a Warren Ellis – es el primer álbum que rubrican juntos – repitiendo jugada, desvelando estas ocho canciones por sorpresa solamente a través de las plataformas de escucha, porque hasta el 28 de mayo no se publicará en formato físico.
La urgencia, la prisa por difundirlo a matacaballo y sin previo aviso, la confesión de que tan solo dos días y medio bastaron para idearlo (aunque luego el trabajo se prolongara durante semanas), podrían insinuar que lo que tenemos delante es un trabajo de entretiempo, un capricho porque el confinamiento se hacía más largo que un día sin pan y a algo había que destinar el tiempo. Y aunque haya – los habrá, seguro – a quienes esta forma de prolongar una saga de intensidad casi opresiva les parezca indigesta, lo cierto es que "Carnage" (2021) no es exactamente un “más de lo mismo”. Tampoco (en absoluto) una entrega de transición o un expediente administrativo para cubrir fechas del calendario con ánimo funcionarial. No lo es, o no al menos exactamente, por mucho que haya que alinearlo, sin duda alguna, en la órbita de expresividad enjuta pero trascendente que emprendieron con "Push the Sky Away" (2013). Y así hasta ahora. Hay desde entonces unos Nick Cave & The Bad Seeds distintos. Gusten más o menos.
En esencia, y es algo que se agradece porque la apuesta elegiaca que desembocó en el sobresaliente "Ghosteen" (2019) no podía llevarse a un extremo superior, esta entrega llega informada por la coyuntura social que todos conocemos. Más mirada al exterior y menos al interior. Aunque el dispendio de espiritualidad siga ahí. El diálogo entre avería y redención del que tanto se ha alimentado durante toda su carrera: solo Dios sabe cómo lo ha hecho sin acabar incurriendo en la autoparodia. En todo caso, no busca aquí el atajo a la trascendencia que podía deducirse de su anterior entrega, ni llega a caer nunca en el burdo manual de autoyuda mística que una lectura descontextualizada de la cubierta de "Ghosteen" (2019) podría sugerir.
Basta con escuchar los coros femeninos del delicado tema titular o de la serena “Lavender Fields”, o el estribillo neo gospel de “White Elefant”, emergiendo tras esos bajos retumbantes, esa estructura circular arremolinada alrededor de su spoken word y esos teclados gélidos – apenas se resalta que aquí es Joaquín Pascual el único que se ha atrevido a modular un registro similar – de un Ellis que vuelve a impartir un master en programaciones escuetas y macilentas, loops obsesivos y espectrales arreglos de cuerda, para darse cuenta de que la carga de drama se ha aligerado, de que el tormento atenúa. Otros momentos, como el tramo final de “Old Time”, suenan a síntesis (muy puntual) entre la erupción de Grinderman y el molde catedralicio del ya mencionado "Push the Sky Away" (2013). Que aún hay partido, vaya. Y del bueno. No es poco tras cuarenta años de carrera y más vidas – creativas – que un gato.
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